Conoce a los reclutas del Éjercito hondureño: vienen del patio de recreo

Cientos de niños se integran a las caravanas de migrantes que huyen de Honduras con intenciones de llegar a Estados Unidos cada año. En casa, el Éjercito es acusado de indoctrinarlos.

    Conoce a los reclutas del Éjercito hondureño: vienen del patio de recreo

    Cientos de niños se integran a las caravanas de migrantes que huyen de Honduras con intenciones de llegar a Estados Unidos cada año. En casa, el Éjercito es acusado de indoctrinarlos.

    TEGUCIGALPA, Honduras — Un sábado de mayo, en una cancha de pasto sintético desgastado en las afueras de Tegucigalpa, decenas de reclutas se mueven al compás, coordinando sus golpes y patadas al aire mientras la entrenadora grita instrucciones. Es una mañana sofocante pero nadie parece desazonarse. En la última fila, dos reclutas de repente se tiran al piso a hacer lagartijas. Unos metros más atrás, un soldado mayor vestido de camuflaje merodea al grupo. Su mano descansa sobre el cargador de un rifle M16.

    El grupo de madres que sigue los ejercicios desde las gradas al fondo de la cancha de fútbol toma fotografías de sus hijos que sudan durante los últimos minutos de la clase de karate. Al terminar, los niños corren al patio principal de la escuela y se incorporan a una fila para recoger un hotcake y una taza de chocolate caliente. Varios coroneles del ejército y algunos líderes de iglesias, que han presenciado la práctica desde un costado, conversan entre ellos mientras los observan.

    El entrenamiento se repite la mayoría de los fines de semana por todo Honduras, un país devastado por la violencia pandillera, el desempleo y la pobreza extrema. Y aunque lo parezca, no es una práctica militar: los niños pertenecen a un grupo de casi 30,000 menores que participan en “Guardianes de la Patria”, un controversial programa financiado y ejecutado por las fuerzas armadas con el apoyo de las iglesias católica y evangélica.

    "Estamos construyendo el país que nosotros soñamos construir"

    Los militares presentan a “Guardianes de la Patria” como un programa para fortalecer físicamente a los niños y, a la vez, fomentar el respeto a los símbolos patrios y a la autoridad e inculcar valores familiares mientras los pequeños crean una “química especial” con los soldados. Según ellos, el plan es una alternativa para que los jóvenes de comunidades pobres y violentas no se involucren con pandillas, al tiempo que aprenden sobre autodefensa, autoestima y el temor a Dios.

    “Guardianes de la Patria” es la punta del iceberg de una sociedad altamente militarizada. En Honduras, al igual que en otras partes de América Latina, como Brasil y México, la presencia de soldados en las calles, centros comerciales y hospitales, entre otros espacios públicos —tanto como su influencia en los altos mandos de los gobiernos— se ha vuelto cotidiana. En todos los casos, la justificación es la crisis de inseguridad. La nación centroamericana de nueve millones de habitantes tiene una de las tasas de homicidio más altas del mundo que fuerza el desplazamiento de decenas de miles de personas, la mayoría hacia Estados Unidos.

    El programa ha desatado serias críticas. Analistas y defensores de derechos humanos dicen que inculca a la juventud hondureña un sentido de nacionalismo peligroso, que prepara un batallón de posibles futuros soldados leales al presidente Juan Orlando Hernández y que incrementa la militarización en un país donde el Ejército ha suplantado a la policía. El programa, agregan, deja al descubierto que el Estado observa a la juventud de Honduras como un lastre. “En el fondo”, me dijo Carlos del Cid, ex-coordinador nacional del programa de protección de la niñez del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, “es un programa de adoctrinamiento de las mentes infantiles”.

    “Es un programa de adoctrinamiento de las mentes infantiles"

    “Guardianas de la Patria” es una apuesta a largo plazo para el partido del presidente Hernández porque, según el Ejército, al fomentar valores en los niños, Honduras se volverá menos violenta. “Estamos construyendo el país que nosotros soñamos construir”, me dijo el General René Orlando Ponce Fonseca, el jefe de las fuerzas armadas, durante una entrevista en su oficina este mes. El programa, agregó, “está repotenciando el fervor patrio”.

    Aburridos con la clase de karate, dos niños con ánimos de molestar buscan una presa. La encuentran en la última fila: una chica tímida y solitaria.

    La corretean jalándole la trenza y pateándola hasta que cae al piso. La cara se le llena de lágrimas de coraje pero la niña no dice una palabra y se incorpora. Apenas lo hace los niños vuelven a perseguirla.

    Finalmente, un soldado que anda cerca se da cuenta de la situación. Camina hacia la niña, le pone un brazo alrededor de los hombros y deja su mano apoyada en su pecho por un momento mientras les dirige una mirada amenazante a los chicos. Los dos niños parecen entender que han hecho mal, pues se quedan quietos, serios. Pero en cuanto el soldado mayor se va, el bullying comienza de nuevo. La niña terminará gritando que la dejen en paz. Nadie más intervendrá.

    Los instructores de “Guardianes de la Patria” disponen de un manual de 183 páginas. Tuve acceso a una copia. El manual tiene un capítulo sobre el bullying. “Los espectadores necesitan entender que el acoso escolar es un problema serio”, dice, “y si ellos no actúan, le darán más oportunidades a los acosadores escolares para atormentar a sus víctimas”.

    “Los niños se van bien contentos porque les damos su sándwich... eso es lo importante"

    El manual también incluye lecciones sobre una amplitud de temas, desde la equidad de género, las consecuencias del uso de drogas o cómo hacer tu “elección de amigos” a los cambios en la adolescencia (“posible acné”, “rostro más lleno”, “las caderas se ensanchan”) y la contaminación ambiental.

    Los niños, que visten la playera oficial del programa, cantan el himno nacional y hacen un rezo colectivo antes de ir a clases de civismo, espiritualidad, VIH y alguna actividad física, como taekwondo o zumba. Interactúan a lo largo del día con los soldados, quienes juegan con ellos y les platican de las virtudes de su labor. Para ellos es clave formar un vínculo emocional: una ex participante que ahora forma parte del Ejército y es instructora de “Guardianes de la Patria”, Karina Lobo, me dijo que el programa “cubre esa necesidad de cariño”.

    Las familias tienen varios incentivos para enviar a sus hijos al programa. Por un lado, algunos graduados reciben becas para estudiar la secundaria y preparatoria del Grupo Intur, un conglomerado hondureño de franquicias de restaurantes de comida rápida como Dunkin’ Donuts, Burger King, y Baskin Robbins. Pero lo más atractivo parece ser la oferta de comida gratis el sábado, especialmente en un país como Honduras, donde uno de cada cuatro niños sufre de desnutrición crónica, según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.

    El General Ponce Fonseca parece saberlo bien. “Los niños se van bien contentos porque les damos confites, les damos su sándwich”, me dijo. “Eso es lo importante”.

    Esa sensación de estar haciendo algo para salvar a niños que parecen condenados embarga a todos los involucrados. Así fue cuando conocí al el coronel retirado Saúl Orlando Coca, quien fundó el programa en 2001. Coca es un hombre de ojos intensos y trato suave, y apenas comenzó a hablar del programa, se desmoronó. “Si podemos salvar a un niño…”, me dijo cuando le pregunté sobre su motivación para crear el programa, pero no pudo terminar la frase. Se echó a llorar por un buen rato y no volvió a hablar hasta que el sol le secó las lágrimas.

    Que un programa que asume rescatar a los niños pobres con afán asistencialista exista en manos del Ejército y no de un club deportivo, una ONG o Cáritas no es extraño en Honduras. El involucramiento de los militares en casi todos los aspectos de la vida cotidiana del país ha crecido significativamente durante el gobierno de Hernández. Los soldados patrullan dentro de los centros comerciales, aeropuertos y hasta en los cementerios.

    A cambio de darles más poder a los militares, Hernández tiene su ayuda para permanecer en el gobierno. La Corte Suprema de Justicia, una de las muchas instituciones que el presidente ha llenado de aliados, falló que podía buscar la reelección a pesar de que la Constitución lo prohíbe. Hubo manifestaciones violentas en las calles después de la controvertida reelección de Hernández en noviembre, exactamente ocho años después de que un golpe de Estado orquestado por su propio partido derrocase al presidente Manuel Zelaya. Al menos 23 personas fueron asesinadas, algunas por fuerzas de seguridad, según un reporte de la ONU. Ante las “irregularidades y deficiencias” del proceso electoral, la Organización de Estados Americanos y algunos miembros del Congreso de Estados Unidos pidieron que se llevara a cabo una nueva elección.

    El programa “ha despertado el interés” de [los militares] estadounidenses

    A diferencia de Zelaya, Hernández, no fue expulsado por los militares. Por el contrario, en un intento por controlar a los manifestantes, decretó un toque de queda supervisado por el Ejército. Para beneplácito del presidente, Estados Unidos se mantuvo fiel a su aliado más cercano en la región. El entonces secretario de Estado Rex Tillerson firmó un documento certificando que Honduras protege los derechos humanos dos días después de su reelección.

    “Guardianes de la Patria” parece tener el visto bueno de Estados Unidos. El año pasado, un grupo de marinos estadounidenses “trabajaron” con el programa, según un reportaje en la revista militar Diálogo. Oficiales de las fuerzas armadas de Honduras me dijeron que el programa “ha despertado el interés” de sus pares estadounidenses y que “a lo mejor brindan alguna asesoría”. El Departamento de Estado ha negado que de algún financiamiento.

    La ONU y la Corte Interamericana de Derechos Humanos han expresado su preocupación por el programa, advirtiendo que “las y los niños se encuentran sobreexpuestos a actitudes militares”. En un video promocional de “Guardianes de la Patria”, se ven niños brincando en una pista de obstáculos, arrastrándose debajo de un alambre de púas y rindiéndole honores a unos soldados con un saludo oficial.

    Aunque las fuerzas armadas lo niegan a la prensa, existe evidencia que muestra al Ejército directamente involucrado en “Guardianes de la Patria”. Un camión verde olivo recoge a la mayoría de los niños de sus casas para transportarlos a las escuelas del programa. La presencia de un transporte militar es un riesgo adicional para las comunidades donde la inseguridad ya ha tensado relaciones intercomunitarias. Una pandilla puede tomar nota de qué familias están cerca de los militares y amenazarla.

    Sin embargo, oficiales del Ejército niegan una participación significativa. Algunos me dijeron que solo “en alguna que otra charla personal militar se ve involucrado”, y que la mayoría de las interacciones con los niños están a cargo de psicólogos, pastores y voluntarios médicos. Incluso me aseguraron que no portan armas dentro de las escuelas, pero en una visita a inicios de mayo a dos de los 51 centros educativos donde se lleva a cabo el programa, pude constatar la presencia de al menos dos soldados armados.

    “Son personas con corazones peludos y deshidratados”, me dijo el coronel Orlando Coca refiriéndose a quienes critican el programa. “No se han dado cuenta que la institución que más evolucionó en Honduras en materia educativa son las fuerzas armadas”.

    Cuando lo entrevisté, Coca habló extensamente sobre su relación con Dios y cómo el programa ha sido su salvación, pues dice que ha logrado alejar a varios niños del vicio y el crimen. De hecho, el rol de la religión dentro del programa ha intensificado la controversia. “Guardianes de la Patria” tiene pastores y curas que dan sermones al inicio de cada sesión y trabajan de la mano con voluntarios que enseñan a los niños sobre sexualidad enfocada en la abstinencia.

    “Esas son las dos instancias que manipulan la conciencia”, me dijo Leticia Salomón, una experta en seguridad. Las iglesias, tanto evangélicas como la Católica, han incursionado en la política, agregó. “El propósito es controlar”.

    Cuando la ONU dijo que el “adoctrinamiento de niños, niñas y adolescentes constituye otra manifestación de este fenómeno de la militarización de los espacios públicos”, la respuesta de las fuerzas armadas fue transferir el programa de bases militares a escuelas, pero eso sólo incitó la protesta de algunos maestros. “Les dije que sonaba muy bonito, pero ¿desde cuándo el Ejército se ha preocupado por la sociedad civil?”, me dijo E.G., un maestro de primaria que pidió que solo se publicaran sus iniciales por miedo a represalias del gobierno. “Es lavado de cerebro”.

    Los niños participantes comienzan a pensar en términos de premios y castigos. Por ejemplo, si uno se porta mal o quiere puntos extras para ganarse un premio al final del programa, cree que debe hacer lagartijas. “A veces son 15 o 20”, me dijo Franklin, un pequeño de 11 años que participa en el programa.

    “Lo más ha sido 35”, agrega.

    El gobierno de Hernández no ha detenido el programa a pesar de los cuestionamientos. Para finales de este año, se espera que 28,350 niños se gradúen de “Guardianes de la Patria”. Con esta cifra, el total de participantes desde el 2010 ascenderá a 172,205 —el equivalente al 8% de la población de 7-18 años del país.

    A sus 10 años, a Dany García solo le falta el uniforme: se levanta a las 5:00 am, lleva el pelo cortado al ras y se mantiene en posición de firmes cuando esta parado esperando algo o posando para fotografías, con los brazos rectos a los costados, la cabeza en alto, el pecho levantado.

    “Quiero ser policía,” dice, “pero no de los corruptos”.

    Dany es el participante prototípico de “Guardianes de la Patria”. Vive en una casa de un cuarto en uno de los barrios más pobres de Tegucigalpa con su hermana, su madre y el novio de ella. Apenas hay espacio para moverse entre los dos colchones, un viejo armario de madera, la mesa de plástico y una pequeña estufa. El refrigerador, acomodado en una esquina, suele estar medio vacío. Para mostrar su desesperación, cuando la visité una tarde de mayo la madre de Dany abre el cajón de plástico: sólo hay unas papas, dos zanahorias y unas pocas cebollas.

    A sus 10 años, a Dany García sólo le falta el uniforme: se levanta a las 5:00 am, lleva el pelo cortado al ras y se mantiene en posición de firmes 

    Desde la casa rentada se ven los techos de metal corrugado de los vecinos, acomodados unos junto a otros en una colina verde en los extramuros al sureste de la capital. Dany tiene prohibido hablar con los niños del barrio —a su madre, Emma, le preocupa que intenten reclutarlo para una pandilla.

    Juegos, comida y compañía: Dany no se ha perdido un día del programa, que dura tres meses. Desde febrero, se ha puesto su preciada colonia de “Superman” antes de saltar los 96 escalones al costado de su casa cuesta abajo, hacia un valle terroso, y atravesar la reja que rodea la escuela donde dictan “Guardianes de la Patria”.

    A Emma le gusta que su hijo tenga la mente ocupada. Para él es un buen descanso de los susurros comunes entre vecinos, preocupados por saber quién le está pagando un “impuesto de guerra” a la pandilla local o a qué amigo de un amigo asesinaron. Honduras sigue siendo un territorio difícil, en especial en las comarcas más pobres donde las maras se han convertido en la autoridad de facto, extorsionando y asesinando a quienes no acatan sus órdenes. A pesar de que la tasa de homicidios bajó de 85.5. por cada 100,000 habitantes en 2011 a 42.8 en 2017, la gente todavía vive en un constante estado de miedo y paranoia.

    Madre e hijo comparten una visión del mundo en la cual el país está dividido en dos grupos: los buenos, que apoyan al gobierno y a sus fuerzas armadas, y los malos, que roban “y fuman”, dice Dany.

    El niño es un as para las matemáticas y un talentoso portero de fútbol, pero sus sueños para el futuro se han adaptado a la realidad hondureña: los pocos trabajos que hay son como policía o guardia de seguridad privada, me dice su mamá Emma. Ella gana $170 dólares al mes limpiando una escuela bajo un contrato temporal. Como más de la mitad de la masa laboral de Honduras, Emma está subempleada y no tiene ningún tipo de estabilidad, beneficios o protección social.

    Dany y su mamá recibieron un avance de lo que significaría ese tipo de vida —empleados en la industria de la seguridad— durante la primera jornada de “Guardianes de la Patria”: varios soldados actuaron una “dinámica” de policías y ladrones. Emma recuerda con claridad las palabras de un soldado cuando arrestaban al supuesto ladrón: “Escojan el camino correcto”.

    La pobreza en el país es tan acuciante que el ejército tiene muy claro que los pobres son un nutrido batallón de reserva del cual alimentarse. Según Dany y varios otros niños, cuando empezó el programa, los uniformados les pidieron que levantaran la mano si querían ser militares de grandes. Un grupo numeroso sacudió sus manos bien alto. De inmediato, los soldados anotaron sus nombres.

    “¿Dónde vivís?”

    “¿Tus vecinos venden drogas?”

    “¿Hay pandilleros viviendo cerca?”

    Varios niños me dijeron que estas son algunas de las preguntas que los soldados les hicieron el primer día del programa y ese tipo de cuestionamiento elevó la preocupación de mucha gente: ¿el Ejército está convirtiendo a los niños en sus informantes por vía indirecta con “Guardianes de la Patria”?

    Una madre, que pidió que solo se publicaran sus iniciales, me dijo que una semana después de que su hijo entrara al programa, cinco hombres uniformados llegaron a su casa y pusieron todo de cabeza mientras buscaban drogas e interrogaban a toda la familia. (Cada participante de “Guardianes de la Patria” tiene un expediente que incluye un croquis, hecho a mano, de su manzana).

    “Es como que andan investigando a la gente por medio de esos niños pequeños" 

    La madre, S.R., se sentó a la sombra de un árbol en el jardín detrás de la escuela a platicar conmigo, pero cuando miró a su alrededor quedó paralizada de terror: uno de los hombres que había entrado a su casa unas semana atrás estaba ahí. Su hijo lo había reconocido; era uno de los que interactuaba con los niños.

    “Ya no tengo paz”, me dijo S.R. “Es como que andan investigando a la gente por medio de esos niños pequeños”.

    Del Cid, el ex-coordinador nacional del programa de protección de la niñez del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos entre 2013 y 2014, me dijo que el programa y los vínculos militares producen una situación angustiante. “Vuelve a los niños muy vulnerables”.

    En 2014, un tiempo después de que la ONU hiciera pública su preocupación sobre los entrenamientos, Del Cid investigó “Guardianes de la Patria” durante tres meses. Pocos días después de terminar su trabajo, el gobierno de Hernández lo despidió, según la carta de cese, “teniendo como referencia las necesidades que presenta la formulación, ejecución y evaluación del Plan Vanguardia de la Dignidad Humana”. En la misma carta, el gobierno le recordó a Del Cid su obligación de mantener la información del programa “en absoluta reserva”.

    De regreso en la escuela de Dany, la clase de karate está por terminar. Los niños rodean a uno de los soldados que empieza a pasar la lista de asistentes. Los pequeños comienzan a empujarse tratando de ver las notas del soldado hasta que, de repente, dos de ellos se lanzan pelear.

    El más grande empuja al otro fuera del círculo y le echa una mirada amenazante:

    “Párate allá para que no te mate”.

    El soldado sigue tomando notas, ajeno a los guardianes del futuro.




    Con la colaboración de Emy Padilla. Este post fue traducido del inglés.