Estos dos hombres que crecieron como indocumentados en EU murieron tratando de salvar a víctimas de Harvey

    Alonso Guillén y Tomás Carreón, ambos nacidos en México y llevados a EU cuando eran niños, murieron mientras trataban de rescatar a residentes en medio de una tormenta.

    Lufkin (Texas). Alonso Guillén y Tomás Carreón nacieron en una ciudad mexicana fronteriza junto al río Bravo. Más tarde, se mudaron con sus familias cruzando el río hasta Texas siendo aún niños, donde crecieron como inmigrantes sin papeles en la misma vecindad. La semana pasada, tras la devastación que supuso el huracán Harvey, los dos amigos manejaron 160 km juntos para ayudar a rescatar a los atrapados por las inundaciones del peor aguacero en la historia de EE. UU.

    "Le dije que no fuera", dijo la esposa de Carreón, Stefany. "Le dije que tenía un mal presentimiento".

    De todas formas, se fueron y no regresaron. Días después de ver su bote volteado en la corriente embravecida de un río desbordado, sus familias supieron que habían muerto.

    "Ambos eran muy altruistas", dijo la prima de Carreón, Sonia Bermúdez. "Dejaron huella en muchas personas, de formas que no podremos imaginar nunca por completo".

    Las noticias de sus muertes, y de al menos otras 50 causadas por la tormenta, llegaron rápidamente y lejos, sobre todo porque Guillén era un beneficiario del programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), un plan que protege de la deportación a inmigrantes ilegales que llegaron al país siendo niños. Carreón, que se convirtió en residente permanente cuando se casó, también era apto para considerarlo del DACA. La misma semana en que Guillén (31 años) y Carreón (25 años) se dirigieron a Houston, se informó que el presidente Donald Trump estaba valorando la finalización de la norma. De este modo, se reanudaba el debate nacional sobre quién pertenece al país y quién debe ser expulsado.

    Para los seres queridos que se reunieron el lunes para llorar la pérdida de los dos jóvenes hombres y compartir sus recuerdos, ambos destacaron por aunar fuerzas en la ya unida comunidad latina de Lufkin, tal y como se mostró en la decisión que tomaron y por la que acabaron perdiendo la vida: arriesgar sus vidas por ciudadanos de un país cuyo gobierno estaba considerando intervenir para expulsar a aquellos que habían entrado en el territorio como hicieron ellos.

    Piedras Negras, una ciudad de 150 000 habitantes, se encuentra junto al río Bravo y puede verse desde Texas. Los niños allá crecen jugando en el río. Por su corriente, aprenden a ser nadadores fuertes. Pero los peligros de las aguas turbulentas no eran nada nuevo para los lugareños: el abuelo de Tomás Carreón, que también se llamaba Tomás, se ahogó en el río.

    Al igual que las familias de Carreón y Guillén, muchos habitantes de la ciudad tomaron el mismo camino al norte para llegar a Texas en busca de oportunidades económicas. Y como muchos otros procedentes de Piedras Negras, algunos de ellos acabaron en Lufkin, una pequeña ciudad de clase trabajadora de 35 000 habitantes.

    En la actualidad, una cuarta parte de los residentes en Lufkin es latina, según el censo de EE. UU.; aproximadamente un 11 % de ellos no nació en Estados Unidos. Algunos vecinos de Piedras Negras son ahora vecinos de nuevo en Lufkin. Básicamente, es una emigración de parte de la comunidad mexicana al norte de la frontera.

    "Muchas personas de Piedras Negras se dirigieron a Lufkin. Algunas de ellas comenzaron tratando de establecer una iglesia en la ciudad como la que dejaron allá", dijo Bermúdez, pastora asociada de la iglesia Emanuel Asamblea de Dios.

    Los padres de Carreón y Guillén vivían a pocas cuadras entre ellos en Piedras Negras, pero no fue hasta que sus familias se mudaron a Lufkin cuando los chicos se conocieron y se hicieron amigos.

    Guillén tenía quince años cuando cruzó ilegalmente la frontera con su familia. Carreón tenía ocho años cuando su familia viajó legalmente. No obstante, cuando la visa expiró, decidieron quedarse en el país.

    A medida que crecía, Carreón iba desarrollando unos rasgos enérgicos y despreocupados. Era cariñosamente bromista con su familia, según sus hermanas. Primero daba besos y luego daba golpes suaves en el brazo. A menudo, era el primero en contar chistes o echar una mano, añaden ellas.

    "Si necesitabas un dólar y todo lo que tenía él en ese momento era un dólar, te lo daba", dijo Tzivan Vásquez, cuñado de Carreón.

    A pesar de su condición de indocumentado, Carreón fue un destacado miembro de la comunidad de Lufkin. Participó en clubes de futbol y fue entrenador en la liga de "tee de bateo". Trabajó de mecánico en la tienda familiar de autos en la ciudad. Cuando los carros de los vecinos se estropeaban, él era el primero en ofrecerse para arreglarlos, según su hermana Alejandra.

    "O como él diría: 'Voy al rescate'", añadió.

    Su amigo Alonso Guillén no era tampoco para menos en la comunidad. Amable y alegremente formal, Guillén trabajó gratis durante años en la emisora de radio local Super Mix 101.9.

    Guillén curtió insistentemente la proyección de su voz, perfeccionando la pronunciación y dominando el complejo equipo de radio de la emisora.

    "Siempre estaba preguntando cosas, siempre", dijo su padre, Jesús Guillén.

    Hace dos años, consiguió trabajo por fin en la emisora para presentar un programa de 3 p. m. a 6 p. m.

    "No tenía ninguna preparación académica musical, pero tenía muchas ganas de aprender", dijo su hermano, Jesús Guillén.

    Se apodó "DJ Ocho", adoptando así el nombre por el que era conocido en su familia y entre sus amigos durante la infancia. Este alias no tiene nada que ver con la cifra en sí. Cuando Guillén era un bebé no sabía pronunciar bien su nombre (Alonso) y decía "ocho".

    Según Jesús, el padre de Guillén, este le dijo a su familia que, con o sin condición del DACA, se encargaría de hacer algo él mismo. Pero su padre logró convencerlo para que lo solicitará.

    Tras convertirse en DJ profesional, Guillén siguió ofreciendo su tiempo como voluntario. Cuando su hijo le dijo que quería ir a Houston para ayudar a la gente perjudicada por la tormenta, Jesús Guillén lo observó de manera cautelosa. Los familiares de Alonso solían darle responsabilidades sobre los demás. Según su hermana Rita, cuando era un niño luchaba contra el acoso en el patio del recreo que sufrían otros niños.

    "Alonso no permitía las injusticias", dijo. "Simplemente, él era así".

    La primera noche que Alonso mencionó el viaje a Houston, su padre dijo que podía convencerlo de que se quedara en casa. Pero Jesús Guillén dijo que conocía demasiado bien a su hijo como para saber que no podría convencerlo dos veces. Al día siguiente, Alonso decidió ir.

    "Le pregunté 'Da igual lo que diga, ¿no? ¿No voy a poder convencerte?'", dijo Jesús Guillén. En ese momento, tuvo un mal presentimiento.

    Alonso no dijo nada, pero Jesús Guillén ya sabía la respuesta, consciente de la tozudez de su hijo. La generosidad casi insensata era una de las muchas cualidades que Guillén y Correón tenían en común, según sus amigos y familiares.

    "Él quería ayudar a la gente", dijo Bermúdez acerca de Correón. "Ellos no querían que fuera, pero no pudieron pararlo".

    Los dos estaban en un grupo de Facebook con otros residentes de Lufkin que planeaban viajar a la zona de Houston tras el paso de Harvey. Estaban entre una tropa de voluntarios reunidos en la zona afectada, donde las fuerzas del orden locales estaban desbordadas por la magnitud de la tormenta. Por ello, recurrieron a civiles con botes para ayudar en las labores de rescate.

    Antes de dejar su casa el martes por la noche, mientras la crecida de las aguas en el sur obligaba a miles de personas a evacuar sus hogares y dejaba a otras mil desamparadas en sus casas, Carreón le dijo a su hijo de seis años a dónde se dirigía.

    "Asegúrate de llevar pañales, toallitas para bebés y comida, porque necesitan todo eso", respondió su hijo, Tomás Alonso.

    Carreón y Guillén se unieron al resto del grupo en una estación de servicio y allá comenzaron su travesía hacia el sur. Con un bote remolcado que Guillén pidió prestado, pararon en el norte de Houston, en Spring, que sufrió una de las peores inundaciones de la región. Los dos, junto a Luis Ortega, metieron el bote en el riachuelo Cypress Creek para ayudar en caso de rescate.

    Los tres hombres se dirigían a complejos de departamentos inundados cuando el bote se estrelló contra un puente de la Interestatal 45, según el padre de Guillén. La corriente que pasaba bajo el puente atrapó el bote debajo de la calzada. Según él, el motor pequeño no era suficiente para hacer frente a la fuerte corriente y la embarcación se volteó.

    Un residente que vive cerca del río le dijo a su familia que había oído gritos en la oscuridad. El hombre metió su propio bote en el río, pero solo encontró a Ortega, que estaba agarrado a un árbol. La corriente era demasiado fuerte para su bote, por lo tanto, no pudo seguir recorriendo el río.

    Stefany Carreón se despertó con una llamada telefónica alrededor de las 2:30 a. m. Un amigo de Carreón le dijo que había contactado con un miembro del grupo de su marido por un mensaje: Carreón y Guillén habían desaparecido.

    "Tratamos de salvar a gente y nos chocamos", dijo Ortega a la hermana de Carreón, Claudia, por celular tras salir del hospital.

    El miércoles por la mañana, algunos seres queridos se apresuraron a ir al arroyo Cypress Creek para buscar a los jóvenes. Con los organismos policiales desbordados por las llamadas de ayuda, la familia rastreó la zona por su cuenta, junto con algunos residentes locales. Al difundir sus desapariciones por las redes sociales y los medios de comunicación locales, otras personas se unieron a la búsqueda el jueves.

    El viernes, mientras el padre de Carreón preparaba un bote para otro día más de búsqueda, el cuñado de Carreón, Tzivan Vásquez, vio un objeto blanco en el río. Era el cuerpo de Carreón. Sus tenis se balanceaban sobre el agua.

    Dos días después, en casi el mismo lugar, el cuñado de Guillén, Rauvel Rodríguez, saltó al agua y recuperó a Guillén.

    Sus familiares seguían estupefactos por la pérdida. El lunes, en el interior de una casa con estuco azul intenso, con una sala de estar repleta de juguetes de niños, el padre y el hermano de Alonso alternaban risas y lágrimas, retratando así su vida y muerte. A todo esto se le añadió el dolor que causaba el hecho de que la madre de Guillén, que vivía en Piedras Negras, no pudo cruzar la frontera para ver cómo su hijo se disponía a descansar en paz.

    Rita Guillén había utilizado una visa anteriormente para visitar a su familia en EE. UU., pero se anuló en 2009, cuando los funcionarios de inmigración la acusaron de transgredir los términos de su condición de viajera.

    Cuando su hijo desapareció la semana pasada, acudió a la entrada de la frontera con EE. UU. en Eagle Pass con la esperanza de que los funcionarios de Aduanas y Vigilancia Fronteriza le concedieran una visa humanitaria y le permitieran estar con su familia.

    "Me dijeron que tenía la infracción por lo de la visa, así que no me la dieron", dijo Rita Guillén a BuzzFeed Noticias. "Me puse a gritar mientras lloraba".

    Tras quince minutos, se fue del lugar.

    Ahora su familia trabaja con el Consulado de México en Houston para que pueda entrar en EE. UU. por el funeral de su hijo.

    Los funcionarios de Aduanas y Vigilancia Fronteriza dijeron a BuzzFeed Noticias que
    no tienen registrada ninguna solicitud de Rita Guillén para entrar este año. En cambio, la oficina confirmó que estaba trabajando con el Consulado de México y otros grupos no gubernamentales para permitir que entre en el país.

    "Mi pobre mujer", dijo Jesús Guillén, con la voz rota. "No pudo venir y eso hace que el duelo sea el doble de duro".

    El lunes por la tarde, los asistentes se pasaron por la casa de estuco azul de Guillén para dar el pésame a la familia. Un niño ofreció vasos de poliestireno con fruta cortada a los que allá se congregaron, mientras que un familiar de Carreón llevó un pastel para aquellos que compartían su dolor.

    Seres queridos de Carreón, de toda la ciudad, se reunieron en la iglesia Emanuel Asamblea de Dios para una ceremonia conmemorativa. Algunos de ellos llevaron camisetas blancas con la imagen de su cara impresa en la espalda.

    "Él dijo 'Volveré mañana'", dijo Stefany Carreón, mientras se encontraba en la oficina del pastor evocando recuerdos de su marido. "Y no lo hizo".

    Un día antes de que Harvey llegara, Tomás Carreón regresó a casa con un regalo para sus hijos: un cachorro de pastor alemán. Se gastó los $600 que le quedaban en la cuenta bancaria en el perro. Al principio, su esposa no se contentó con la compra, pero se dejó convencer cuando observó cómo su marido paseaba al perro hasta su casa. Describió a la mascota como una extensión de él mismo, un guardián fiel para la casa cuando él no estuviera.

    "Este perro va a ver cómo crecen ustedes", escuchó ella mientras su marido se lo decía a sus hijos. "Este perro los cuidará y protegerá".

    Sus tres hijos, de 1, 5 y 6 años, están empezando a entender la permanencia de su pérdida, dijo Stefany Carreón.

    La semana pasada en la escuela, mientras su padre seguía desaparecido, el primogénito Tomás Alonso habló con orgullo a sus maestros.

    "Mi papá estaba ayudando fuera", dijo.

    Adolfo Flores colaboró en este artículo.

    Este post fue traducido del inglés.