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    9 Cosas que no extraño de mi alcoholismo

    Desde vivir sin un centavo hasta odiarte a ti mismo, la adicción es como vivir en una casa construida en base a una serie de malas decisiones.

    Tiempo atrás, alguien me preguntó si echaba de menos el alcohol. Pasaron cinco años y medio desde mi último trago, y antes de eso pasé una década intentando beber la provisión mundial de vino, cerveza barata y vodka, aunque no se bien porqué, considerando lo poco que me gustaba (una navidad tuvimos un incidente con bolas de nieve de advocaat, un licor de origen holandés, pero eso fue culpa de mi hermano). Mi respuesta fue que no echaba de menos el alcohol; sí extraño el elemento social, aunque la mayoría de las veces que salía a beber no recordaba demasiado.

    Antes de la rehabilitación, temía perder ciertas actividades de mi vida: el pub, el fútbol los sábados, el póker los domingos, salir a tomar algo después del trabajo, los almuerzos largos y perezosos en el pub. El alcohol era seguro: era mi “amigo”, y mi sostén.

    En realidad, no era nada de esas cosas; desde que estoy sobrio y decidí compartir mi experiencia con el alcoholismo, muchas personas me piden consejos sobre el tema. No puedo dar consejos porque no soy doctor, pero puede contar lo que viví.

    Aquí hay nueve cosas que no echo de menos sobre mi adicción.

    1. Vivir quebrado

    Hay pocas maneras de malgastar tu dinero rápidamente como el tener una adicción, ya sea al gastar 60 dolares por noche en embriagarte, apostar todo tu dinero en carreras de caballos, ir de shopping, o lo que sea que hagas en forma desmedida. La adicción no es barata. Cuando tu prioridad para gastar 15 dolares es la cantidad de pintas que podrás comprar y dónde, y calcular qué cena puedes comprar con los 2 dólares que te sobraron, necesitas ayuda.

    2. Nunca te relajas

    El cansancio (¡Y qué cansancio!) de pensar todo el tiempo dónde y cuándo beberás tu próximo trago. Luego de eso, es cuestión de soportar el resto del día hasta que puedas beberlo, en especial si, como yo, pudiste mantener un trabajo y ser un adicto en simultáneo. Nunca subestimes la astucia de una adicción: siempre sabes de dónde vendrá el trago, sino estarías temblando. Mis sábados a la noche se desarrollaban así: del pub iba a la licorería alrededor de las 10:50 p.m. para comprar 12 latas de cervezas y dejarlas en el vestíbulo de mi hermano. ¿Porqué? Porque cuando volvía a su casa luego del partido del día y de no dormir, tendría un trago en la mano. No estás en calma.

    3. Nunca duermes bien

    Me refiero a horas de sueño reales. Desmayarse no es dormir. Un sueño descansado, no despertarse repentinamente preguntándote qué hora es y qué carajo pasó anoche, para luego revisar tu celular para ver que, mierda, sí mandaste ese mensaje de texto a las cuatro de la mañana y no, ella no respondió. Y hablando de eso...

    4. Intentar ocultarlo

    Todos compartimos el subterráneo con alguien que se emborrachó la noche anterior, y con el tiempo me di cuenta que la mayoría de las mañanas, apestaba. Mis condolencias a cualquiera que haya tenido una reunión conmigo antes de mi café o de que haya comido algunos caramelos de menta. Cuando tomé conciencia de mi aliento, comencé a llevarme caramelos mentolados al a oficina: era el capitán frío, envuelto en un penetrante aliento a grosellas que ocultaba el olor a pinot noir. No creo que funcionara, pero todos eran demasiado correctos como para decir algo.

    5. Viajes mentales desquiciados

    Como es de esperarse, la adicción es un asunto de salud mental; la falta de sueño y el cansancio de una mente acelerada incrementa la capacidad de un adicto para irse por la tangente y dejarse caer en rincones profundos y oscuros de la psiquis.

    Trabajaba con un sujeto llamado Paul, una persona muy inteligente. Pero cuando entré a la compañía, no me gustaban sus pantalones brillantes. Eran tan… pretenciosos. Naturalmente, me preocupó por si tendría que decirle a mi jefe que no quería trabajar con Paul debido a sus pantalones, que luego Paul vaya con recursos humanos y que terminen despidiéndome por estar (claramente) loco. Se correría el rumor en la industria; nadie me contrataría, la gente se daría cuenta que era un trastornado, tendría que dejar mi departamento en Pimlico, volver a la casa de mis padres y terminar en un trabajo sin futuro, nunca conseguir una novia y la vida londinense genial que quería, y moriría solo e infeliz, mirando las carreras en calzoncillos. Y todo por LOS MALDITOS PANTALONES DE PAUL. Una vez le conté todo este embrollo a mi psiquiatra; hasta hoy, sigo orgulloso de haber dejado a un prestigioso (y costoso) profesional de la salud mental sin palabras.

    6. Mirar televisión basura porque sí

    Si una botella está abierta, encontrarás cualquier excusa para beber otro vaso de vino. Miraba tanto hockey sobre hielo a las 3 a.m. porque “no podía dormir”, y porque mi vaso de pinot estaba a medio terminar, que ya era ridículo. Luego de horas y horas de ver hockey sobre hielo ebrio, al día de hoy aún no sé cómo se juega. También comencé muchas películas “para ver tranquilo mientras bebo” a las 11 p.m., solo para terminar despertando, cuatro horas después, en medio de un bulto indigno con la pantalla de inicio del DVD en un loop infinito. Al día de hoy, nunca ví El Padrino III completa, aunque no creo que sea algo del todo malo.

    7. Estar dolorido (alias el sistema de salud inglés es increíble)

    Aunque intentes ignorarlos, los dolores de hígado y de riñón son horribles. También dan miedo, ya que sabes (claro que lo sabes) exactamente lo que es: tu cuerpo te está gritando para que te detengas. Una vez tuve una revisión en un hospital luego de un ataque; el doctor palpó mi hígado, chasqueó sus dientes y dijo que se sentía duro; le respondí que sólo era estrés, y que era yo quien lo estaba tensando. El doctor remarcó que no se puede tensar el hígado, pero me mantuve firme. Creo que dejó de discutir conmigo por lástima.

    El sistema de salud de Inglaterra salvó mi vida. Varias veces. Y “gratis”. No estoy de acuerdo cuando se lo critica; sí, no es perfecto, pero muéstrenme algo que lo sea. A veces arruina algo, pero también salva la vida de cientos de miles de personas cada año, y cada semana atiende dolencias menores y borrachos idiotas. Si no fuese por la salud pública, no estaría aquí; habría muerto antes de llegar a mis 30 años.

    8. Ser un imbécil

    Mentirle a todo el mundo que conoces y quieres es algo terrible, pero un adicto tiene otras prioridades. Me odié a mi mismo por todo lo que mi familia y amigos pasaron por mi culpa, y duele hasta el día de hoy.

    Pasará mucho tiempo hasta que la vergüenza y el autodesprecio se esfumen, pero cada día me siento un poco mejor. Al menos ya no me odio a mí mismo (lo que provocaba mi alcoholismo). Esconder vino en la casa cuando visitaba a mi familia; mentir sobre mi paradero para poder salir a beber; “salir de paseo por la ciudad” y volver seis horas después, ebrio y agresivo; pedir dinero prestado cuando ya me había gastado el mío; no comprar regalos de cumpleaños por gastar el dinero en alcohol; olvidar bodas. Cumplí todos los ítems de la lista. Perdí a demasiada gente en mi vida por pasar 10 años encerrado en mí y no estar en contacto.

    9. Pensar que estaba solo y era un estúpido

    Una gran parte de mi adicción se basaba en problemas de autoestima; no me gustaba quién era, así que me emborrachaba para ser alguien distinto. Pero ese otro yo no siempre era un borracho muy agradable, y conforme empeoraron las cosas, se volvió cada vez más miserable: malhumorado, temperamental, agresivo a veces, e incontrolable. Pensaba que era la única persona que pensaba y sufría así.

    En rehabilitación, lo primero que te dicen es que no eres una mala persona que intenta ser buena, sino una persona enferma intentando curarse y mantenerse sana (es liberador sentarte en una sala con otras 20 personas que sufren lo mismo que tí). Te dicen que no eres un idiota por ser un alcohólico. Luego de más de una década de escuchar a tu voz interna afirmando lo contrario (en raras ocasiones, incluso se dignaba a admitir que tenías un problema), no puedo explicar el alivio que sentí al escuchar eso.