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Las relaciones sexuales cuando tu pareja es del mismo sexo, pero de diferente complexión

Pensaba que me avergonzaba de mi cuerpo porque el pensamiento hetero imperante así quería que fuese. Pero la explicación era más compleja.

La primera vez que llevé un crop top fue en la Toronto Dyke March de 2016. Era un top de lentejuelas rosadas que había encontrado en una tienda de segunda mano. Lo combiné con un pantalón corto hasta la cintura y algo de purpurina dorada en las mejillas.

Desfile calle abajo con mi estómago al aire, de un modo en el que nunca había sido tocada por el sol. Lo único que diferenciaba esa vestimenta de otras que había usado con anterioridad eran unos cuantos centímetros más de piel liberada. Pero había que entender el peso que albergaban esos centímetros.

Tengo un cuerpo que se supone que no está hecho para llevar un crop top. Tu cuerpo no debe limitar las elecciones que hagas en cuanto a moda, por supuesto, pero ya sabéis a lo que me refiero.

Estoy gorda. Rollo, talla 52 o así. A lo largo de los años, mi relación con mi cuerpo — así como con mi peso y el modo en que me cuidaba — ha experimentado sus más y sus menos. O era una diosa con curvas o todo lo que una mujer no debía ser jamás. A las mujeres gordas no les está permitido mantenerse neutrales respecto a sus cuerpos. Nos aceptamos o nos odiamos, comemos o nos morimos de hambre (y todo el mundo sabe cuál es la preferencia social respecto a esta dicotomía).

Por lo tanto, para mí el crop top era una opción política. Era rebelión, liberación. Un «que te den» a los estándares de belleza impuestos y de los que estoy tremendamente hastiada. Y solo cuando llegó el Dyke March sentí que era hora de hacerlo.

Cuando dejé de avergonzarme sobre ser lesbiana pensé que dejaría de sentirme avergonzada de mi cuerpo.

Decidí salir del armario tras 23 años de vergüenza cercando mis sentimientos sobre las mujeres. Pasé todos esos años saliendo con hombres y experimentando la vergüenza que supuestamente debe sentir una sobre su cuerpo debido a los estándares del heteropatriarcado y el amor romántico. ¿Era lo suficientemente delgada como para tener pareja? ¿Les gustaba solo porque ellos tenían algún tipo de fetiche con las gordas?

Cuando dejé de avergonzarme sobre ser lesbiana pensé que dejaría de sentirme avergonzada de mi cuerpo. Parte de ello fue por mi repentina liberación de la mirada masculina. En su nuevo especial de comedia, Rape Jokes, Cameron Esposito habla sobre salir del armario y darse cuenta de que ser gay significa darle por completo la vuelta al modo en que se valora a las mujeres.

Cuando te crían como a una mujer, culturalmente como a una de ellas, por lo que se te valora, lo que se te enseña que te da valor, es tu follabilidad. Sin más.

Así que empecé a darme cuenta de que todo el sistema, el sistema que dictaminaba si tenía o no valor iba a denegármelo por el resto de mi vida por el simple hecho de ser quien era.

Finalmente señala que esta confusión es difícil de gestionar, sobre todo cuando eres joven y te sientes aislada como lesbiana. Y es verdad, pero también es liberador. El sistema es una auténtica mierda y tienes que aprender a darle la espalda. Tú eres quien te otorga valor. Es una de las muchas enseñanzas que me ha otorgado el ser lesbiana.

Así que ahí estaba, gay primeriza, convencida de que había superado lo de mi odio al cuerpo por culpa de la hegemonía heteropatriarcal. Pero estaba equivocada.


Cuando empecé a tener relaciones sexuales con mujeres, una de las primeras cosas que me dejó K.O. (aparte de pensar que tenía que haberlo hecho antes, porque ¡guau!) era lo obsesionada que estaba con los cuerpos de las mujeres con las que estaba.

De algún modo, todas lo estamos hasta cierto punto, ¿no? Pero es diferente en la intimidad, cuando estás cerca de la otra persona y puedes recorrer cada palmo de su cuerpo con tus manos. La sencilla vulnerabilidad de una mujer desnuda descansando despeinada en la cama junto a ti después de haber tenido sexo es algo bello y en una forma que jamás habría imaginado.

Las primeras mujeres con las que estuve tenían cuerpos como el mío: grandes, entrados en carnes y lujuriosos. Estar con ellas, lo cerca que una puede estar físicamente con la otra persona, me hizo comenzar a apreciar mi propio cuerpo de otro modo. Si podía mirar y tocar a esas mujeres con ternura, pasión y lujuria, entonces era muy posible que pudiera hacer lo mismo conmigo.

Hay algo mágico en ello: dos cuerpos de mujer que están considerados como algo descontrolado, muy lejos de la norma establecida, dándose placer el uno al otro por el simple hecho de hacerlo. En lo que a mí respecta, así debe ser una revolución en la cama.

Luego, conocí a Amanda.

Fue Amanda la que me mensajeó por primera vez hace cuatro años a través de OkCupid. Ahora dice que no recuerda quién disparó primero, pero yo sé que fue ella porque si hubiese dependido de mí, nunca me hubiera atrevido.

Si podía mirar y tocar a esas mujeres con ternura, pasión y lujuria, entonces era muy posible que pudiera hacer lo mismo conmigo

Amanda estaba tan buena del mismo modo que lo estaban las chicas supercachondas de vuestros institutos. Una de sus fotos de perfil era ella con un ceñidísimo disfraz de Halloween de Lara Croft. En un principio creí que había escrito por error o que simplemente era un bot, pero no, me había escrito a mí y tenía ganas de ir a cenar.

Llegó un par de minutos tarde a nuestra primera cita y fue algo infernal. La horrible sensación de pensar que ella había vuelto a entrar en mi perfil y al ver de nuevo mis fotos había cambiado de opinión me carcomía profundamente. Pero entonces llegó.

Y fue una buena cita. Es más, de hecho fue una gran cita. Nos pusimos a tono con cócteles de todo tipo y aperitivos amaro. Cuando nos íbamos a despedir me asusté y la abracé pensando que por fin ya se había dado cuenta de su error. En el taxi de vuelta a casa le escribí y le dije que hubiera querido besarla. Ella pensaba lo mismo.

La primera vez que lo hicimos fue dulce, sensual y ardiente. Pero no estábamos solas. A pesar de toda la confianza que rebosaba en el día del desfile, la mirada masculina se había colado en la habitación como insistiendo en hacer un trío horrible que jamás había pedido.

La forma en que el cuerpo de otra mujer reflejaba el mío me había inyectado unas buenas dosis de confianza. Sin embargo, en esta ocasión estaba con una mujer más atractiva que yo desde el punto de vista convencional. Con ello quiero decir, por supuesto, que estaba mucho más delgada que yo.

La recuerdo encima de mí. Mis pulgares recorrían sus caderas y notaron sus huesos, algo que resulta imposible hacer conmigo, donde solo se encuentra grasa y carne. Sus pechos eran redondos y vivaces, los míos rebeldes, caídos por el peso. Su vientre liso y plano se deslizaba sobre mis rolliza anatomía. Tenía como un corazón pálido en la cadera, una marca provocada por alguna etiqueta mientras tomaba el sol: supongo que el tipo de cosas que hacen habitualmente las chicas que están buenísimas. Y en ese momento, yo ya no me sentía como una chica sexy.

No podía parar de pensar que ella había cometido un error, que de pronto se iba a dar cuenta de que estaba en su casa con una persona gorda y que tarde o temprano me pediría amablemente que me fuera. Recuerdo haber luchado contra el impulso de taparme el estómago mientras iba al baño... Cómo si ella ya no me hubiese estado mirando lo suficiente cuando estábamos en la cama.

No solo me sentía mal por mi cuerpo, sino que estaba permitiendo que toda imposición hetero invadiese mi vida sexual. No solo estaba acabando con mi propio cuerpo, que había recuperado el ansia de amar, sino que también estaba reduciendo la mujer que era a nada más que un conjunto de cosas. En ese oscuro lugar me parecía que éramos tan solo dos cuerpos listos para ser comparados. Asustaba lo fácil que me resultaba ningunearme junto a ella incluso en mitad del encuentro sexual.

¿No se suponía que toda esa mierda ya había acabado?


Si hubiera tenido un poco de autocompasión durante ese instante podría haber recordado que nada de lo que sucedía era culpa mía. Mi lesbiana primeriza me había convencido tan dulcemente a abrazar mi condición y adentrarme en un mundo paralelo en el que los cuerpos eran tan solo eso: cuerpos. Donde no había un peso moral asociado al peso físico, donde la delgadez no era siempre una virtud. Donde sencillamente nos amábamos o follábamos y tomábamos el sol plácidamente.

Maravilloso, ¿verdad?

Pero ese no es el mundo en el que vivimos. Los mismos cánones de belleza que me habían arrastrado a una vida de baja autoestima, desórdenes alimenticios y vergüenza me habían acompañado al salir del armario.

Se me enseñó a valorar la delgadez del mismo modo que se me enseñó a valorar la fuerza. Son similares en en el fondo. Ambos aspectos son loados una y otra vez en las redes sociales, películas, series y todo lo que consumimos desde niños. Todo, desde el mismo momento en que una princesa Disney tiene una cintura más estrecha que su propia cabeza. Puedes ser un imbécil, un maleducado, un aburrido o un soso, pero nada de eso importa mientras seas delgado y fuerte.

Tener un cuerpo no estándar era hermoso, porque la forma en que amaba tampoco era estándar

Cuando era adolescente, estaba convencida de que había elegido ser gorda porque era demasiado débil e indisciplinada para ser delgada. Estaba convencida de que siempre y cuando siguiera decantándome por los hombres, no tendría que enfrentarme a toda mi homosexualidad. Nada de ello era una elección en sí misma, pero el mundo alrededor me había convencido de que era yo quien decidía sobre esas cosas.

Estas reglas y supuesto no son solo cosa mía, sino que afectan a toda mujer. Existimos en cuanto a unos baremos: delgadez y fuerza, mejor. Y en el otro lado está lo de la pareja perfecta, la hija perfecta, la mujer perfecta. Y estamos constantemente evaluándonos unos a otros para ver de qué modo encajamos en ese espectro. Lo hacemos queramos o no. Actualmente todavía lucho contra esa absurda necesidad de mirar a otras mujeres gordas y preguntarme si soy más o menos gorda en comparación con ellas (o mejor o peor, o más sexy o menos sexy). Es la sentencia que nos hemos visto obligados a cumplir.


Pero todas esas dudas se han ido desvaneciendo con el tiempo, a través de la comunidad y, por qué ocultarlo, con muchas dosis de trabajo dirigido a amarme a mí misma. Sería estupendo si bastase solo con salir del armario y de ese modo arreglar todo y deshacerse de toda la vergüenza que se ha sentido. Pero esa no es la solución total aunque en su momento no lo sabía.

Así que a pesar de que podía caminar tranquilamente por la calle con una blusa transparente, a pesar de que había liberado mi cuerpo, ser lesbiana no me salvaba de mis inseguridades. Y es normal.

Con el tiempo mejoré en eso de amarme y aceptar mi homosexualidad. Logré inyectar toda la felicidad que exhibía en el Dyke March de 2016 en mi cama. No ha habido una fórmula mágica para ello, pero la verdad es que adentrarme en la comunidad lesbiana resultó algo imprescindible. Me rodeé de hembras firmes y dulces machotes, andróginos y todo tipo de gente de la comunidad lesbiana. Sus cuerpos eran de todos los tamaños y formas y el género no importaba. Gracias a ellos encontré un lugar en el que mi cuerpo encajaba realmente.

Comencé a apreciar la forma en que las uñas dejaban su marca de media luna en mis muslos, el modo en que mis caderas se iban liberando de la lencería y que tener un cuerpo no estándar era hermoso, porque la forma en que amaba tampoco era estándar.

A lo largo de los años me he acostado con todo tipo de mujeres y, aunque esas inseguridades siguen ahí, palpitantes, cada vez hacen menos ruido. Amanda no ha sido la única chica delgada con la que me he acostado. Tres años después de separarnos amistosamente, volvimos, algo que las lesbianas no solemos impedir.

La primera noche juntas en la oscuridad de la habitación, mis típicos miedos comenzaron a emerger de nuevo. Me seguía preguntando si ella podía desear a una mujer gorda. Pero luché contra esas preocupaciones y me olvidé de ellas.

Desde que hemos vuelto llevamos ya un año juntas. Ahora tengo 28 y nunca había estado tan gorda ni sido tan gay en toda mi vida. La diferencia es que a día de hoy, cuando esos miedos tratan de regresar, cuando siento que debo comparar cuerpos, me perdono. Por ahora, eso es suficiente.

Y este año, cuando le he preguntado a Amanda sobre lo que podía llevar para el Orgullo, ella ha sido la primera en sugerirme un crop top. ●


Este artículo forma parte de una serie de textos sobre sexo en este turbulento momento cultural que vivimos.



Este artículo ha sido traducido del inglés.