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    Así es tener una cita cuando no puedes tener sexo

    ¿Después de cuántas citas le muestras la condición médica que te impide tener relaciones sexuales vaginales?

    Se suponía que debía estar en el restaurante en 30 minutos. Inicié nuestra conversación de texto y, por quinta vez en media hora, tipee y borré mi excusa para cancelar la cita. Me regañé por pensar en que quería tener una cita. Me miré en el espejo y traté de recuperar la compostura.

    Imaginé cómo sería decirle a este lindo chico de ojos azules que, sin importar qué tanto me hiciera reír o cuan atentamente escuchase las historias de mi niñez, yo nunca podría tener sexo con él. Me sentí como si fuese a vomitar. Saqué el pensamiento de mi cabeza, borré el texto, agarré las llaves y atravesé la puerta. Ya no había vuelta atrás.

    Asumo que tener citas no es fácil para nadie. Pero se siente mucho más complicado cuando eres una mujer heterosexual con condiciones médicas que te impiden tener relaciones sexuales vaginales. ¿Cuándo se suponía que debía hablar del tema? Las revistas de mujeres y las columnas de asesoramiento en línea nunca me explicaron cómo manejar esto.

    Mientras estacionaba mi auto, pude sentir gotas de sudor que salpicaban la parte de atrás de mi cuello. Cuando lo miré a los ojos en el restaurant, mi ansiedad se disparó. Todo lo que pude hacer durante nuestra conversación rutinaria acerca de nuestros trabajos e intereses, fue asentir con la cabeza en los momentos adecuados y reír cuando parecía apropiado. El cocktail del día traía incluido una copa de tequila “conocido por hacer que tus ropas se caigan”. Mi cita hizo una broma relacionada con ello. Mis manos comenzaron a temblar. Apenas recuerdo el resto de la noche pero sí recuerdo que nunca más volví a escuchar de él.

    Hasta entonces mi vida sexual había sido definida por la siguiente pregunta “¿Qué es lo que está mal conmigo?”. Alrededor de dos años atrás, me dieron una respuesta. Fui diagnosticada con endometriosis, vulvodynia y vaginismo, también conocido como Problemas Vaginales. El diagnóstico significó muchas cosas para mis órganos reproductivos, pero el principal es que mis genitales sienten siempre mucho dolor - interno y externo - especialmente cuando son penetrados. Podría no tener sexo y sentiría dolor en el área indefinidamente.

    Mi experiencia sexual consistía en doctores auscultando y pinchándome y hombres mirándome desilusionados por algo que no podía explicar o resolver. Mis doctores me dijeron que podía tener experiencias sexuales de otras formas. Pero nunca me molesté en preguntarles cómo funcionaría eso cuando me estremeciera ante la mínima caricia de un hombre. Ellos me dijeron que había más formas de tener relaciones además del sexo. Pensé que era bastante fácil decirlo cuando eres capaz de tener relaciones sexuales.

    Durante los últimos dos años - con la esperanza de aliviar mi dolor - he estado en terapias físicas, psicológicas y comenzado grupos de apoyo. He dormido con hielo en mi vagina, probado terapia de choque eléctrico y acupuntura, he traído mi almohadilla térmica donde quiera que vaya, utilicé un dilatador cada mañana antes de ir a trabajar. He tratado de dejar de comer carne roja, renunciado al gluten, me inscribí en más clases de yoga y comprado ropa exclusivamente de algodón. También he comenzado a tener citas nuevamente.

    He tenido novios en la escuela secundaria y tuve citas en la Universidad, y lo disfruté. Al igual que ellos, yo también estaba en shock y desilusionada - cuando después de flirtear y pasar a la segunda etapa - el acto sexual se convertía en algo insoportable para mí.

    Y el dolor y humillación de mis dos primeros intentos de tener sexo transformaron la posibilidad de cualquier tipo de intimidad (incluso la autoexploración) extremadamente poco atractiva. De hecho, para la época en la que fui diagnosticada, retrocedía incluso cuando un hombre coqueteaba conmigo tomándome del brazo o me hacía un cumplido de manera sugerente.

    Con el paso de los años, mucha gente se ha apresurado a opinar sobre mis condiciones de dolor vaginal como si fuese una tomadura de pelo, o una situación de ansiedad como consecuencia de un trauma del pasado. Pero, ¿quién no estaría ansiosa por tener sexo cuando ha sido tan traumático cada vez que lo he intentado?

    Tampoco ayudó que, desde la última vez que tuve novio, la línea entre tener citas y tener “citas que permiten sexo casual gracias a una app” se volvió demasiado delgada. Cuando dije que comencé a tener citas, significó en verdad que me estaba uniendo a Tinder. Yo trabajo a tiempo completo y generalmente después del trabajo me voy directo a casa a mirar realities en TV, por lo que Tinder parecía la única vía posible para conocer a alguien en Los Ángeles. Mientras deslizaba mi dedo por la pantalla de izquierda a derecha noche tras noche tirada en mi cama, sola, sentí un agujero que crecía en mi estómago. No estaba segura de lo que quería, de lo que estaba segura era que quería sentirme como una chica normal de 23 años que sale y tiene citas.

    Estaba tan preocupada por mi secreto que apenas podía decidir si me gustaba o no.

    Estudié la colección de cinco fotos de todos los chicos y traté de buscar pistas en ellos que me indicaran si aceptarían o no mis problemas. Cada coincidencia me hizo entrar en pánico mientras me imaginaba explicando mi situación. ¿Debería decirles directo y de frente? ¿En la primera cita? ¿Por mensaje de texto? ¿Después de varias citas? ¿Sería injusto ocultarlo? Cuándo llegaba el tiempo de planificar una cita, siempre terminaba poniendo excusas.

    Existía la posibilidad de lograr el clímax de otras formas. Como me habían dicho muchos amigas o compañeras enfermas a lo largo de los años, el sexo oral existe. Pero la sensación de la excitación estaba generalmente acompañada por la angustia emocional por lo que nunca quise intentarlo. Casi ni siquiera podía escuchar sus historias sexuales de huidas de mis amigas, sin sentir que el estómago se me saldría del cuerpo. Todo lo que podía pensar era la decepción que causaría y la decepción que sentiría luego de otro intento fallido de cita. Quería salir y sentirme normal, pero el problema era que no era normal… no en el sentido sexual.

    Era sábado a la noche y me había convencido de salir y tener otra cita. Mis pestañas todavía estaban húmedas por las lágrimas que derramé mientras hablaba por teléfono con mi mejor amiga. “Simplemente no soy alguien que se supone deba ser amada”, le dije. Ella me recordó que mis problemas vaginales no eran el fin del mundo y había muchas otras formas a su alrededor: sexo oral, juguetes. Creí que tenía razón. Pero mientras me senté en mi mesa de café con mi té enfriándose delante mío, comencé a perder la fe.

    Lo miré a sus ojos, grandes, marrones a través de sus lentes, mientras él me contaba acerca del amor que sentía por su perro. El chico parecía lo suficientemente agradable pero estaba tan preocupada por mi secreto que apenas podía decidir si me gustaba o no. Y en cuanto testee las aguas para confesar el gran secreto, me puse más y más ansiosa.

    “Me enfermo mucho”, le dije. Me miró confundido y cambió de tema. No pude culparlo. Mientras me acompañó al auto, puso una mano en la parte baja de mi espalda. Mi cuerpo comenzó a temblar. El pensó que tenía frío, incluso cuando se trataba de una noche de calor.

    Cuando llegamos a mi auto, él trató de besarme. Volví la cabeza, me metí al auto y lloré durante todo el trayecto de vuelta a casa. Le mandé un mensaje más tarde, en un intento desesperado por explicar lo que había pasado. “Básicamente tengo una condición que me impide tener cualquier tipo de relación sexual, y aún estoy aprendiendo cómo lidiar con ella… es difícil de explicar”.

    “Lo siento mucho pero no creo que pueda hacerlo”, dijo.

    Yo tampoco. Desde que me diagnosticaron, de repente tenía un montón de equipaje y estaba encontrando difícil de llevarlo. Ya no me sentía digna de ser amada. De hecho al escribirlo ahora, parece ridículo pensar que nadie me amaría por algo que yo no era capaz de controlar. Pero si los años de mirar TV y leer revistas me habían enseñado algo, eso era que los hombres necesitan sexo. Y cuando yo no pudiera dárselos, existían millones de otras mujeres que podrían.

    En mi mente, creí que no había nada en mí que pudiese compensar el hecho de no tener una vagina funcional. Todas las garantías de mis amigas y doctores no eran suficientes. Necesitaba poder contárselo a un hombre y que él me diga que mi condición no era un factor decisivo. Lo deseaba tanto que prácticamente comencé a gritarlo a los cuatro vientos. Le conté a un compañero con quien estudié en la universidad y a uno que nunca conocí en la vida real. Se lo conté a mi compañera de secundaria y a un chico de mi clase de matemática. Y también se lo conté a un hombre que llamaremos T.

    Le conté sobre mi condición, un día, en Gchat.

    Le conté sobre mi condición, un día, en Gchat. En ese momento éramos compañeros de trabajo y estrictamente amigos. Me sentí segura confesándome con él porque no había expectativas ni esperanzas de romance. Quería tan desesperadamente que un hombre sepa acerca de mis condiciones y me dijera que no era un factor determinante. Al principio no me respondió y yo cerré inmediatamente la pequeña ventana de chat, mientras trataba de distraerme en Twitter. Escuché el sonido familiar de Gchat y me preparé.

    “Lamento tanto que tengas que lidiar con esto”, me dijo. El comenzó a hacerme preguntas acerca de mi condición. Sentí cómo las lágrimas comenzaron a formarse en mis ojos. Pasaron unos meses hasta que volvimos a hablar de mis problemas vaginales. Fui a su departamento donde nos reunimos por un trabajo durante dos semanas y encontré una foto en la que estábamos juntos. Cuando todos se fueron comenzamos a limpiar.

    “¿Cómo te sientes?”, me preguntó. “¿Has visto alguna mejora?”. Lo miré, en busca de signos de indiferencia, pero solo vi preocupación. Él esperó mi respuesta, dejando de hacer lo que estaba haciendo para prestarme completa atención.

    “Estoy bien”, respondí - una frase que era una mentira y un deseo a la vez. Asumí que me estaba preguntando solo por ser cortés, pero luego me pidió que le explique más acerca de mis condiciones.

    Le conté casi todo - acerca de cómo había intentado tener citas, y cómo se sintió tener que atravesar por terapia de shock - dejando fuera del relato las partes acerca de cómo lloré en mi casa cuando algún chico hacía alguna referencia sexual cuando yo estaba presente o cómo apenas podía mirar una película con una escena sexual incluida sin querer romper algo. Y cuando terminé, no salió corriendo o me miró con cara de disgusto o miedo. Él siguió ahí como si no le hubiese terminado de contar mi secreto más profundo.

    Comenzamos a mensajearnos y mientras los días se volvían semanas, comencé a revelar más y más. Se sentía tan fácil, y nunca me sentí avergonzada. Él no me presionó, pero nunca dudó en consultarme por más información. Y un día mientras estábamos sentados en su auto hablando, lo miré y lo ví sonreir. Pensé en su sentido del humor, y la forma en la que él podía hacer reir a cualquiera. Y pensé en la forma en la que él era capaz de tocarme, sin poner un dedo sobre mi. Cuando nos besamos por primera vez en mi auto, después de su clase de improvisación, no sentí ganas de salir corriendo. Me sentí a salvo.

    Pensé que quisiera ser capaz de tener sexo sin dolor. Pero lo que deseaba era ser aceptada por cómo soy. Y ser aceptada significaba ser capaz de tener mi propio tipo de sexo. No fue fácil - hubieron muchos intentos fallidos e innumerables lágrimas - pero cada vez que comenzábamos a explorar, me sentía más cómoda.

    No se trataba de presionar a través del dolor de querer hacer funcionar las relaciones sexuales vaginaes; nos estábamos tomando el tiempo de explorar los cuerpos del otro para saber qué era lo que sí funcionaba. Se trataba de ir despacio, pero negándonos a rendirnos y dándonos cuenta de que siempre había otra forma. Estábamos determinados a descifrar qué era lo que funcionaba. Y lo hicimos.

    Durante años, había creído que placer y sexo vaginal eran sinónimos. Sex and the City me enseñó que las mujeres siempre podían disfrutar Y acabar a través de la penetración regular. Y cuando descubrí que nunca podría hacerlo, me sentí menos mujer. Y siempre asumí de manera literal que todos tenían orgasmos a través del sexo, excepto yo. Pero múltiples estudios muestran que solo alrededor del 25% de las mujeres son capaces de tener un orgasmo a través de relaciones sexuales vaginales. Más allá de mis condiciones médicas, no estoy sola en esto. Y cuando me di cuenta, fue más fácil permitirme lidiar con esta situación.

    Mucha gente trató de convencerme de que las relaciones sexuales vaginales no eran la única forma de tener sexo. Y que el sexo no es lo más importante en una relación. También me dijeron que la gente encuentra el amor en los lugares menos esperados, y que cuando alguien te ama - te ama de verdad - nada más importa. Y ahora, finalmente les creo.

    Pensé que mis Problemas Vaginales serían aquello que destruirían mis relaciones, pero la verdad es que nos acercaron a T y a mí mucho más. No voy a fingir que haberlo encontrado me garantiza un final feliz, pero me ha demostrado que, como todos, yo merezco un amor.

    El sexo es solamente una de las muchas formas de expresar mi intimidad que he encontrado con T. Me siento igual de cerca suyo cuando tenemos nuestra propia versión de sexo, que cuando nos recostamos uno al lado del otro, sosteniendo nuestra manos, mientras yo uso mi almohadilla térmica.

    Este post fue traducido por Erica Sánchez.