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    La asquerosa realidad de vomitar durante una cita

    Las mujeres me causan ansiedad, que hace que vomite. Es un ciclo nauseabundo.

    La primera vez que vomité durante una cita, había comido un gran bol de chiles picantes. Fue un error que no volví a cometer, aunque a esta altura ya no importa.

    En ese entonces tenía 22 años, cursaba mi primer año en la universidad y era nuevo en cuestiones románticas. Recuerdo lo bien que me sentí al caminar por mi calle favorita de Montreal, en camino a una microcervecería durante una cálida noche de verano. Era mi primera cita con una morocha de rulos (era vendedora de una compañía de cigarrillos) que había conocido tiempo atrás en una fiesta, y no sentía más que un poco de excitación previa al encuentro.

    Repentinamente, sentí una tensión en el estómago que fue subiendo por mi esófago y mi garganta. No podía hacer nada para detenerlo. Me apuré al callejón más cercano, me agaché y devolví a la tierra todo el chile que había comido. Luego miré mis pies (tenía sandalias); estaba en problemas. No haría a tiempo para volver a mi departamento, así que me limpié con algunas hojas que encontré por ahí y entré al bar. Creo que mi cita no se dio cuenta que las botamangas de mis pantalones caqui estaban salpicadas de rojo.

    Mi primer instinto fue asumir que algo me había caído mal. Ahora sé que no fue así. Esa fue la sórdida introducción a mi actual coreografía psicológica entre conocer mujeres y vomitar. Al parecer, la ansiedad es un vomitivo natural, y las mujeres me ponen ansioso. Desde aquel incidente desafortunado en el callejón, en mi cuerpo se abrió una especie de grifo biliar que aún no logro cerrar. Sí, vomito durante las citas; no en todas, pero en muchas de ellas. En los últimos cinco años, vomité en demasiadas citas como para llevar la cuenta, generalmente lo hago en el baño, pero a veces sucede dentro de mi boca o en el pasto.

    Este último abril, por ejemplo, salí a comer pollo y waffles en Harlem con una maestra de arte de preescolar. Un amigo en común concertó la cita. No me gustó eso de comer durante una cita (siempre intento evitar esas situaciones) pero ella se entusiasmó tanto con los waffles cuando charlamos sobre dónde ir, que no quise complicarlo todo.

    Al principio, todo fue sobre rieles. Tenía un overol de jean que la hacía parecer muy ruda. Me mostró su cuaderno de bocetos, con dibujos de órganos humanos. Me parecieron geniales. Mencionó, como al pasar, que le gustaba Temor y Temblor, de Kierkegaard.

    Se acercaba el final de la cita, el clímax de incertidumbre romántica. La acompañé a unas cuadras del restaurante para que tome un taxi. Luego estoy casi seguro que maté el ambiente al regurgitar un par de veces dentro de mi boca.

    Este problema de vomitar me confunde; terminé por considerarlo una especie de bulimia romántica. Al principio siento una profunda humillación, seguida por un alivio igual de intenso. A veces siento que se avecina, e invento una excusa para vomitar. Nunca conocí a nadie que admita pasar por esto (aunque se dice que Nicholas Cage vomitó durante su cita de fin de curso), así que recurrí a Google. Internet está repleta de foros en los que muchos vomitadores románticos hacen confesiones desesperadas.

    Un usuario “habitualmente ansioso” escribió a Yahoo Answers (o la clínica de diagnosis de los pobres) buscando ayuda. “Una vez que salgo en varias citas con la misma persona me siento bien, no vomito ni siento náuseas”, dijo, “pero hasta ese punto, no puedo comer durante una cita sin tener que ir a vomitar, o casi no como e intento ocultar mis arcadas frente a la otra persona. Odio esto y quiero dejar de hacerlo. Hoy tengo una segunda cita con alguien y ya vomité una vez. ¿Soy el único al que le sucede? ¿Hay algún modo de detenerlo?”

    Lo siento. Si existe una cura, todavía no la encontré. (Tomar Valium es una opción, aunque produce náuseas como efecto secundario). No sé cuánto se puede hacer por los que vomitamos por ansiedad (romántica de de otro tipo). La ansiedad es una respuesta a una amenaza. el mensajero químico de la ansiedad es la adrenalina, que retrasa la digestión. Si la dosis de adrenalina es lo bastante fuerte como para detener el flujo sanguíneo, puede que termines vaciando tus intestinos.

    En cuanto a la razón por la que salir en citas dispara mi ansiedad y, por ende, mi reflejo nauseoso, mi terapeuta dice que se trata de la tensión entre mis expectativas de pareja anticuadas (alguien que no necesite que yo le preste demasiada atención, pero que también quiera tener sexo solo conmigo) y cosas que están fuera de mi control (o sea, casi todo).

    Sin embargo, no creo que tengas que ser un machista a lo Mad Men para estresarte sobre tener citas en el mundo moderno. Hoy en día, salir con alguien es desconcertante, como lo puede reconocer cualquier persona que haya usado Tinder durante 30 segundos.

    Hay una la falta total de urgencia, opciones que parecen ilimitadas, la incompatibilidad entre tu presencia en línea y tu persona en la vida real, los roles mutables entre los hombres y las mujeres. Suma la tensión sexual habitual y algo de falta de autoconfianza, y obtienes una combinación bastante explosiva.

    Lo bueno es que jamás vomité sobre alguien, a diferencia del pobre de Stan de South Park, que vomita cada vez que se acerca Wendy, su enamorada. Pero no puedo predecir exactamente cuándo vomitaré, a diferencia Bill Russell, un gran centro del equipo de basket los Boston Celtics, que vomitaba religiosamente antes de cada gran partido. Cualquier provocación inesperada puede activarme. La más reciente fue en el trabajo. Recibí un mensaje de texto muy poco prometedor de una chica que me gustaba, y tuve que correr al baño.

    Hay una conexión especialmente desafortunada entre besar y vomitar que rige a ansiosos, incómodos y adolescentes. Gaby Dunn, escritora y comediante, vomitó en su primera cita, a los 15 años. Todo iba bien hasta que juntaron sus labios y ella vomitó por doquier, aunque no estaba segura si fueron sus sentimientos o la pizza. Quizás hayan sido ambas.

    “No pude aguantarme”, me contó en un mail. “Tuve que sacar la cabeza por la ventana del auto para vomitar frente a mi casa. Intenté contenerme durante todo el trayecto. Después de eso, me sentí muy avergonzada. Quería que me bese más, pero sabía que no lo haría y me sentí muy mal y poco atractiva. Cuando eres adolescente, quieres que todo sea como en las películas y esa situación fue claramente poco positiva”.

    Poco positiva, sin duda. Y la ansiedad vomitiva de besar no se va, o por lo menos no lo hace con rapidez. Sé porqué lo digo.

    El verano luego de mi graduación de la universidad, llevé a la chica con la que salía a mi pueblo de Nueva Jersey. Una tarde, caminamos por el campus de Princeton y nos sentamos en una escultura de Henry Moore para ver el anochecer. Si mal no recuerdo, fue romántico, lo cual naturalmente me hizo sentir incómodo.

    Nos besamos y sentí que se revolvía mi estómago. Me puse de pie, corrí atrás de un árbol y solté mi cena (creo que comí pescado) en el prístino césped de Princeton, como si fuese un estudiante ebrio. Cuando volví a la escultura, me disculpé.

    “No, está bien”, me dijo, “solamente me besaste y luego vomitaste por todos lados”.

    Me reí, pero la verdad es que me estaba desolado. No era la primera vez que vomitaba frente a ella, y estuvimos saliendo durante unos seis meses. Ahora que lo pienso, ella fue muy paciente conmigo. La segunda vez que nos vimos, en el bar del campus, vomité dos veces, más intensamente que en otras ocasiones. Cada vez que volví del baño, revisé mis ojos para asegurarme que no me había estallado alguna vena en el ojo, algo que a veces me sucedía.

    Solía creer que había una relación inversa entre cuánto que me gustaba una chica y la cantidad de veces que vomitaba frente a ella. Tenía la noción romántica de que la mujer que no me hiciera vomitar sería la indicada.

    Pero al parecer mi vómito es indiscriminado.

    Así que, con el tiempo, me resigné a la realidad de que quizás vomite, y será horrible, pero también puedo vomitar, sacarme el tema de encima y seguir con mi noche. Hasta me acostumbré al sabor de la bilis, que ya no me molesta como solía hacerlo. (¿Suena a fatalismo adolescente? Hace poco volví a andar en patineta, y me uní a una banda punk, como baterista).

    Además, vomitar tiene una ventaja evolutiva específica. Todo se reduce al impulso de escapar o correr, según me dijo Richard Zinbarg, especialista en pánico y ansiedad de la Universidad Northwestern por vía telefónica. En tiempos de las cavernas, cuando te encontrabas con un león o lo que sea, necesitabas toda la energía posible para luchar o escapar; ahí es donde entra en juego la adrenalina. Esta reacción te libera del trabajo de hacer la digestión para que tengas más resistencia.

    ¡Por supuesto!, pensé para mis adentros. Como amante de los pájaros, sabía que los buitres vomitan para defenderse (quizás sea una manera de asquear a sus depredadores).

    Regurgitar, deduje, es un vestigio de mi instinto de supervivencia, ya que después de todo siento que salir en citas parece una batalla.

    Sin embargo, parece que no es común para seres humanos, o cualquier otro tipo de animal. “Vomitar es algo inusual”, me dijo Zinbarg. “Sería mucho más común defecar.”

    Si bien no es una cura para mi problema, me contenta saber de que podría ser peor. Las citas me hacen sentir mal, pero al menos no me cago encima.