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    La generación perdida de Venezuela

    Mientras los estudiantes se esfuerzan para terminar sus estudios, los profesores se van del país en masa. Karla Zabludovsky, de BuzzFeed News, reporta desde Caracas sobre la fuga de cerebros que amenaza con dejar a Venezuela de rodillas.

    CARACAS, Venezuela — Los pasillos de la Facultad de Química en la Universidad Central de Venezuela están están envueltos en un vacío extraño. Las botellas de solvente juntan polvo en las aulas cerradas. Hay baldes bajo caños oxidados, los bancos de madera sobre las mesas de trabajo, y la ducha de seguridad, que se utiliza en caso de emergencias químicas, no funciona bien. El campus, con sus techos llenos de moho y su silencio sofocante, se siente como un set de filmación para una película de terror de los años 70.

    Los profesores dicen que la Facultad de Química de la universidad más prestigiosa de Venezuela no abrirá sus puertas este semestre, porque la administración carece tanto de los permisos como de recursos para comprar químicos. Más de 400 estudiantes esperan completar sus cursos de laboratorio; mientras tanto, ocupan su tiempo en seminarios y materias electivas. Muchos de ellos no van a egresar a tiempo.

    “Estamos tratando de subsistir”, dijo Mary Lorena Araujo, directora de la Facultad de Química. Araujo gana unos 50 dólares al mes, según el cambio en el mercado negro. Muchos profesores en la facultad, conocida como UCV, ganan menos de 30 dólares, muy por debajo del salario mínimo y un monto insuficiente para cubrir la canasta familiar básica, un combinado de bienes y alimentos establecido por el gobierno y que considera necesario para una vida saludable.

    “La mayoría de estudiantes lo que quieren es graduarse e irse de venezuela”.

    Este problema se extiende a toda la universidad. En la Facultad de Odontología, los estudiantes deben pagar por sus materiales, llegando a tener que trabajar los fines de semana para cubrir útiles básicos como gasas y guantes. Los profesores, conscientes de las dificultades de sus alumnos para encontrar piezas de equipamiento dental, como dentaduras completas para fabricar prótesis, bajaron los requerimientos necesarios para aprobar las clases. En muchos casos se reemplazaron las clases prácticas por videos de entrenamiento, y creció la cantidad de asistencias por clase para reubicar a los alumnos abandonados por sus profesores, que a menudo se van del país para buscar mejores oportunidades.

    “La mayoría de estudiantes lo que quieren es graduarse e irse de Venezuela”, dijo Yolanda Osorio, decana de la Facultad de Odontología.

    Consideró que quienes se quedan son “masoquistas”, incluso ella. Osorio dijo que pasa sus días llamando a alumnos para pedir donaciones y firmando unos 50 certificados diarios para estudiantes que quieren terminar sus estudios fuera del país.

    Desde 2009, más de 1.120 profesores abandonaron la UCV (que cuenta actualmente con unos 4.000 educadores activos). Según Gregorio Alfonso, secretario de la asociación de profesores de la universidad, el problema no es solo el éxodo masivo, sino que disminuyó el incentivo para investigaciones originales, ya que la mayoría de los profesores trabaja exclusivamente, y a menudo a medio tiempo, dando clases. “No hay posibilidad alguna para el desarrollo sin el desarrollo de la ciencia y la tecnología”, dijo Alfonso.

    La UCV es un reflejo de lo que sucede en toda Venezuela: los salarios resultan insuficientes para cubrir los alimentos básicos que necesita una familia, muchos de los cuales escasean en todo el país. La inflación meteórica empeora la situación. Encontrar alimentos básicos se convirtió en una odisea que incluye hacer fila durante horas, tremendos sobreprecios y zambullirse en el creciente mercado negro, que cubre desde papel higiénico hasta herramientas quirúrgicas.

    La UCV es un reflejo de lo que sucede en toda Venezuela: los salarios resultan insuficientes para cubrir los alimentos básicos que necesita una familia, muchos de los cuales escasean en todo el país. La inflación meteórica empeora la situación. Encontrar alimentos básicos se convirtió en una odisea como hacer fila durante horas, pagar tremendos sobreprecios y zambullirse en el creciente mercado negro, que cubre desde papel higiénico hasta herramientas quirúrgicas.

    En un país donde 5% de la población vive en el extranjero (incluyendo algunas de sus mentes más educadas), muchos de los que se quedan están cada vez más hartos de los obstáculos de la vida diaria, y buscan un modo de irse de Venezuela.

    El sábado a la tarde, Ebelyn Rodríguez (24 años) se sentó dentro de un carro de compras, cerca del final de una fila que daba la vuelta al estacionamiento de un supermercado gigantesco. Ella y Franklin, su hermano de 19 años, ya habían hecho una fila de cuatro horas para comprar pollo, y parecían resignados a volver a esperar, bajo la mirada adusta de los empleados de seguridad del supermercado.

    Tenían un plan: una vez adentro, Franklin iría directamente a la línea de cajas, mientras Ebelyn esperaría por dos paquetes de carne y luego juntaría dos kilos de azúcar y dos litros de leche (la cantidad permitida por persona en este supermercado). Sin embargo, mientras esperaba en la fila de la carne, alguien gritó que había llegado el café, y docenas de personas se abalanzaron en lo que podía convertirse en una estampida.

    “No voy a ir ahí” dijo Ebelyn. Temía salir lastimada y prefería irse a su casa sin café. De cualquier modo, la llegada del cargamento resultó ser un rumor, confirmado por un empleado parado junto a un gran cartel que decía: “Un logro de la revolución bolivariana”.

    La escasez ha plagado el país desde 2013, momento en el que los costos de producción superaron a los precios cuidados del gobierno, mientras los dólares, necesarios para importar materia prima, resultaban cada vez más difíciles de conseguir.

    Recientemente, el gobierno implementó un sistema en el que el público solo puede comprar productos esenciales como arroz, azúcar, manteca y café durante ciertos días de la semana, dependiendo del último número en sus documentos de identidad. El mismo sistema se aplica para remedios e incluso para conseguir un turno en algunas oficinas públicas.

    El presidente Nicolás Maduro dijo que la falta de alimentos es el resultado de una guerra económica de parte de la oposición de derecha del país, orquestada por y desde la embajada de los Estados Unidos en Caracas.

    Como resultado de esto, mucha gente ahora pasa la mayor parte de su tiempo libre esperando para comprar comida.

    “Es triste que la universidad y el país inviertan tanto en nosotros y estemos ocupados tratando de conseguir leche” , dijo María Rodríguez, jefa del departamento de química en la Facultad de Medicina de la UCV.

    “Don Quijote se queda corto”.

    Mientras las filas se convierten en un hecho ineludible de la vida en Venezuela, también explota el negocio de los bachaqueros, personas que revenden productos a tres o cuatro veces su precio normal. Para evitar que se sigan propagando, el gobierno instaló lectores de huellas digitales en algunos supermercados. No obstante, en un mercado de Petare, uno de los barrios marginales más grandes de Caracas, hay mujeres atendiendo puestos en los que se venden, en forma ilegal, muchos de los productos regulados por el gobierno, incluidos pañales, dentífricos, champú y hojas de afeitar, organizados cuidadosamente bajo mantas de plástico negras.

    De vuelta en la UCV, Claudia Requena espera en las oficinas administrativas, en una fila que da dos vueltas alrededor del pasillo. Desde noviembre pasado que Requena intenta poner en orden los documentos de sus dos hijas, pero cada vez que viene un empleado le dice que le falta un documento u otro.

    “Don Quijote se queda corto”, dijo. Sus dos hijas viajaron a España en los últimos años y ella desearía estar con ellas, pero el negocio familiar está en Venezuela. “Allá no soy nadie”, dijo. “Tendría que vivir de mis hijas”.

    Los profesores también dejan el país en masa. De acuerdo a un informe publicado recientemente en el periódico El Nacional, un 63% de los profesores de la UCV ganan menos del salario mínimo. “El drama es gigantesco”, dijo Henrique Capriles, líder de la oposición, refiriéndose a los obstáculos que deben enfrentar tanto estudiantes como profesores. “Un general gana más del doble, sin contar con gastos de representación, todos los lujos que tiene al rededor, gana más del doble de un rector de una universidad”. No solo los estudiantes y profesores universitarios abandonan Venezuela. Más de 1.5 millones de personas (un 5% de la población) emigraron durante las últimas dos décadas, de acuerdo a Iván de la Vega, sociólogo en la Universidad Simón Bolívar y experto en patrones migratorios venezolanos.

    “Venezuela se dirige a convertirse en un país subdesarrollado”, dijo. De acuerdo a su investigación, 260.000 venezolanos emigraron a los Estados Unidos (mayormente viven en Florida, Nueva York y Nueva Jersey), 200.000 a España, y 150.000 a Italia. “Se está subcapitalizando violentamente”. Una encuesta hecha por De la Vega reveló que las causas principales para la emigración son la inseguridad, el gobierno, la polarización política y el bajo poder adquisitivo. Según De la Vega, entre un 60% y 80% de los estudiantes encuestados en cuatro universidades de Caracas dijo querer irse de Venezuela para no volver, a menos que cambie la situación actual.

    Y en general, quienes se van son las personas con mayor educación, dijo De la Vega. Más de la mitad de quienes se mudaron a los Estados Unidos tienen un título universitario, o mayor. También son jóvenes; su promedio de edad es de 32 años.

    No fue siempre así. Durante la mayor parte del siglo 20, Venezuela fue un país receptor, que atraía europeos y latinoamericanos que buscaban refugio de regímenes políticos hostiles, y ávidos de integrarse a una economía floreciente. Pero ahora, los hijos de esos inmigrantes tramitan los pasaportes de la patria de sus padres.

    Rosaura Rodríguez, cuya familia emigró desde España, hace poco pasó toda una mañana haciendo fila en la embajada española. Esperaba para renovar el pasaporte de su hija. Dijo que su familia no tenía planes concretos de irse, pero quería tener sus documentos en orden por si en algún momento decidían que era tiempo de partir.

    “Aquí ningún venezolano está haciendo vida...”, dijo. Todo el mundo está “buscando parentescos lejanos para irse”.

    En la fila del supermercado, Franklin sacó una foto de su hermana, tirada dentro del carro de compras, y la subió a una aplicación en su celular. Rió mientras Ebelyn le gritaba que la borre, y durante un instante, los hermanos parecieron olvidar la monotonía de la fila. Ebelyn jugueteaba con el asiento rebatible para bebés, empujándolo con sus piernas hacia su hermano, y de repente ambos callaron.

    “Voy a cualquier lugar”, dijo Franklin. “incluso a China”.

    Meridith Kohut and Gustavo Alemán contribuyeron con sus reportes desde Caracas, Venezuela.

    Este post fue traducido del inglés por Javier Güelfi.