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Como mujer negra, estoy cansada de tener que demostrar mi feminidad

"¿Acaso no soy mujer?". Cierta evidencia histórica sugiere que Sojourner Truth nunca formuló su pregunta más famosa. Pero, como mujer alta de piel oscura, es una pregunta a la que me he enfrentado toda la vida.

“¿Hombre o mujer?” me preguntó el desconocido.

Tenía 21 años y estaba en un 7-11 totalmente iluminado. Yo lo único que quería era comprar granizados Slurpee para mis hermanos.

Me sorprendió tanto la manera tan casual en que esta persona decidió interrogar mi género que exclamé "¡Hombre!" accidentalmente y después, al darme cuenta de mi error, dije: "¡No, no, quiero decir mujer!". Me ardía la cara mientras llevaba las bebidas heladas al mostrador.

El desconocido me sonrió como si compartiésemos algo íntimo. "Tíoooo" dijo, poniéndose las Ray-Bans, "primero dijiste hombre".

Volví al coche en silencio. Mi hermana me preguntó una y otra vez qué me pasaba. Así que se lo conté, añadiendo unas risas para asegurarle que estaba bien. Pero unos segundos más tarde, cuando daba marcha atrás para salir del aparcamiento, choqué contra la puerta lateral del pasajero de un sedán color crema. Nadie sufrió daños en el accidente, pero tras el impacto ambos coches se convirtieron en un amasijo de metal.

Durante más de una década he tenido experiencias parecidas: ocasiones en las que me han confundido con un hombre en público. Y aunque no todos estos incidentes han provocado un accidente automovilístico (mis tasas del seguro del coche van bien) siempre me encuentro desorientada, preguntándome qué fragmento de mi identidad era responsable del señor dicho erróneamente, del chiste silenciado. Algunos días decido que es por la manera en que la gente automáticamente asocia la altura con lo masculino. Otras veces me pregunto si la reacción fue provocada por mi voz grave, un atuendo andrógino o mi pelo corto.

Pero también tengo bastante claro que mi raza y mi género juegan un papel muy importante en estas ideas erróneas. Llevo suficiente tiempo viviendo en este mundo para darme cuenta de que a las mujeres negras casi nunca se les permite acceso completo a su feminidad.

No fue ningún accidente que un hombre blanco cualquiera en un 7-11 pensara que no pasaba nada por preguntarme si soy mujer.

Puede que Sojourner Truth nunca formulara la famosa pregunta que se le atribuye. A esta ex esclava se le conoce sobre todo por el feroz discurso que dio en una Convención de Derechos de la Mujer en Ohio, en 1851. Según la transcripción del discurso por la activista de derechos de las mujeres Frances Dana Gage, publicada en el New York Independent en 1863, Truth hace repetidas veces la pregunta retórica ¿Acaso no soy mujer? pero también hay una transcripción diferente del discurso escrito por Marius Robinson, periodista y amigo de Truth, en la que Truth nunca llega a formular la pregunta. Aunque muchos historiadores creen que esta otra versión seguramente es más precisa, se conoce menos. Pero es la iteración ¿Acaso no soy mujer? es lo que leerán muchos estudiantes universitarios que opten por la asignatura electiva de Pensamiento Feminista.

La suposición de que las mujeres negras no son femeninas es algo que está firmemente incrustado en la historia de los EE. UU. "Si las mujeres negras de América arrastran el estereotipo de inquebrantables, nuestra investigación muestra que hay otro mito estrechamente unido que persiste: que las mujeres negras son menos femeninas que otras mujeres y, de hecho, son incluso castradoras", escriben la periodista Charisee Jones y la académica Kumea Shorter-Gooden en Shifting: The Double Lives of Black Women in America. "El mito surgió a raíz de los personajes de Mammy y Sapphire y luego evolucionó hasta convertirse en el arquetipo de la chica negra descarada y ordinaria, una imagen ubicua en la cultura popular... dichas imágenes afectan de manera inmensurable la psique de las mujeres negras, que en su deseo de mostrarse femeninas, y para enfrentarse a la idea de que son menos femeninas, pueden asumir una manera de hablar o de comportarse que no refleja quienes son".

A las mujeres negras siempre se las percibe con atributos que a menudo se atribuyen a la masculinidad: se nos considera "fuertes", "indestructibles", "invulnerables al dolor". Un estudio de OkCupid de 2014 sobre las costumbres de relaciones de pareja de sus usuarios mostró que el 82 % de los hombres no negros tenían prejuicios contra las mujeres negras. A Serena Williams y su hermana mayor Venus se les ha comparado con hombres. El impresionante y hermoso cuerpo de Serena ha sido escudriñado durante la mayor parte de su carrera. Leslie Jones sufrió un intolerable troleo racista y sexista antes del estreno de la película Cazafantasmas. Una funcionaria de Virginia del Oeste considera que no pasa nada por llamar a Michelle Obama un "mono con tacones". Una mujer de 1,60 metros aterroriza a un hombre blanco alto hasta el punto de que él la dispara a la cara.

Mi existencia dentro de mi cuerpo de mujer alta de piel negra significa que he tenido que enfrentarme continuamente a suposiciones sobre el género asignadas a las mujeres negras en general y directamente a mi cara, y que he tenido que interiorizar muchas de estas ideas dolorosas. Aunque hoy puedo decir que vivo mi femineidad de una manera mucho menos dependiente de la validación externa, el camino que me ha llevado a esta convicción interior no fue nada fácil. Pasé demasiado tiempo lidiando con la pregunta ¿Acaso no soy mujer? No porque no estuviera segura de serlo sino porque a menudo el mundo parecía no estarlo.


Nunca olvidaré la primera vez que se equivocaron con mi género. Estaba en la Feria del Estado de Nuevo México, y era aprendiz de recluta en una universidad militar privada en Roswell, Nuevo México. Fue nuestra primera "libertad". Durante un día entero todos los cadetes podían salir de las instalaciones del campus. Aunque teníamos que seguir vistiendo con el uniforme, iba a ser un día divertido.

Pasé demasiado tiempo lidiando con la pregunta ¿Acaso no soy mujer?, no porque no estuviera segura de serlo sino porque a menudo el mundo parecía no estarlo.

Estaba pasando el rato con mi amiga Lauren, que es guapa, de piel clara y bajita; detrás teníamos a aproximadamente la mitad del equipo de baloncesto masculino, todos ansiosos por conseguir su número de teléfono. Fuimos hacia el juego "Prueba tu fuerza" y los chicos se quedaron atrás flirteando con mi amiga mientras yo seguía caminando.

"¡Adelante, buen hombre!" me gritó el encargado del juego con lo que solo puede describirse como "voz de circo".

Yo me sentí abochornada esperando que los chicos no lo hubieran oído, pero las risitas que escuché a mis espaldas destruyeron esa esperanza. El encargado, turbadísimo, se disculpó quinientas veces y me ofreció un golpe gratis con el martillo. Le di al botón grande negro sin muchas ganas, y aunque no llego a "Mega fuerza" ni por asomo el encargado me entregó el primer premio: un perro Clifford de peluche de 1,2 metros.

"Es el uniforme", dijo mientras yo me marchaba con el perro bajo el brazo.

Puede que esta vez se equivocaran con mi género por culpa de mi uniforme militar cuadrado y de corte recto. Pero incluso antes de esa experiencia siempre he sentido que nunca se asumía mi femineidad.

Si todas las mujeres eran los supuestos blancos de todos los males del mundo, ¿entonces por qué nunca consideraban que yo necesitara el mismo tipo de carabina para los bailes del colegio que mis amigas blancas del instituto? ¿Por qué me decían que "fuera fuerte" y me ponían la etiqueta "fuerte" incluso antes de ir al colegio? De niña no lo entendía. Al menos no del todo.

Las mujeres no necesitan ser amazonas de piel oscura como yo para sentirse obligadas a sufrir el control de la percepción de su género. En Hunger, la última autobiografía de Roxane Gay, la autora cuenta en detalle las numerosas ocasiones en los que personas desconocidas no la percibieron como una mujer solamente por su peso. Son las mujeres de color que se presentan con estética "butch" o las mujeres trans de color las que más sujetas están a la violencia e incluso la muerte por culpa del género que se les atribuye.

Que se cuestionen tu feminidad y luego la ignoren es una experiencia que Sojourner Truth conocía demasiado bien. Según el historiador de Princeton Nell Irvin Painter, autor de Sojourner Truth: A Life, A Symbol, Sojourner (originalmente Isabella) nació en la década de 1790 al norte del estado de Nueva York. Sus padres eran James y Elizabeth Baumfree, esclavos propiedad de Johannes Hardenbergh. Su vida nunca estuvo muy alejada de las evidentes crueldades de la esclavitud americana: abusos sexuales constantes, malas condiciones de vida, separaciones familiares repentinas y devastadoras. Isabella consiguió su libertad en 1826 y se renombró Sojourner Truth en 1843.

"Consideramos a Truth una presencia natural y poco complicada en nuestra vida nacional. Más que una persona de la historia, ella funciona como un símbolo. Para apreciar el significado del símbolo (Mujer negra fuerte) casi no necesitamos nada de la persona", escribe Painter. "Como abolicionista y feminista, dedicó su cuerpo y mente a una única tarea: representar físicamente a las mujeres que habían sido esclavas. En una época en la que la mayoría de los americanos pensaban en los esclavos como hombres y en las mujeres como blancas, Truth encarnaba un hecho que todavía hay que repetir: entre los negros hay mujeres; entre las mujeres hay negras".

En una época en la que la mayoría de los americanos pensaban en los esclavos como hombres y en las mujeres como blancas, Truth encarnaba un hecho que todavía hay que repetir: entre los negros hay mujeres; entre las mujeres hay negras". 

La mayoría de los escritos durante la época de Truth se muestran apasionantes a la hora de describirla. Para Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del Tío Tom, Truth era la "Sibila libia", una referencia a una profeta africana que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina. En su prefacio a su discurso Acaso no soy mujer, Frances Dana Gage escribió que Truth era "una criatura extraña y maravillosa" con "una forma casi de amazona, de casi 1,80 metros, la cabeza erecta y unos ojos que penetraban el aire superior como si estuviera en un sueño". La descripción de Gage también muestra a Truth desnudando su brazo hasta el hombro frente a su público. Esta es la imagen de Truth que la mayoría de los niños y niñas americanos conocerán durante sus breves lecciones en el Mes de la Historia Negra: una mujer negra y alta de piel oscura mostrando sus músculos como si fuera un levantador de pesas de una playa californiana; su cuerpo un testamento a su manera de trastocar las ideas tradicionales sobre la femineidad.


Cuando jugaba al baloncesto universitario siempre cabía la posibilidad de que en algún partido algún niño de papá bocazas le preguntase al árbitro si yo era de verdad una mujer, expresando sonoramente la hipótesis de que tomaba esteroides. Sabía que este tipo de comentarios eran basura de lo peor y a menudo fingía no escucharlos, pero la verdad era un poco más complicada. Me dolían, pero también me sentía confusa: jugaba con mujeres blancas igual de altas y fuertes que yo. ¿Por qué esos "bros" no lanzaban sus opiniones sobre femineidad y sus insultos hacia ellas? ¿Qué tenía mi cuerpo que atraía tales burlas y dudas?

"A la sociedad le sigue incomodando la fortaleza femenina de cualquier tipo; sigue prefiriendo y defendiendo a las damiselas delicadas, un sentimiento desfasado que limita a todas las mujeres", escribe la feminista negra Tamara Winfrey-Harris en The Sisters are Alright: Changing the Broken Narrative of Black Women in America. "Pero como se sigue visualizando el rostro de la damisela inequívocamente blanco y femenino, esto supone un problema particular para las mujeres negras. Siempre que la vulnerabilidad y la suavidad sean la base de la femineidad aceptable (y la femineidad aceptable es un requisito para que la vida de una mujer tenga valor), a las mujeres a quien por su raza se las considera siempre sobrenaturalmente indestructibles no se las va a ver de manera positiva".

Incluso con modelos a seguir como las artistas que desafían los límites, por ejemplo Grace Jones (con sus atuendos extravagantes que no se adhieren a un género), sigo sintiendo ansiedad a la hora de caminar por la cuerda floja de la femineidad. Cuando era más joven quería un corte de pelo tipo pixie largo como Nia, pero me ponía nerviosa el posible aumento de veces que me llamaban señor. Me ponía nerviosa que me vieran demasiado tiempo con mi ropa de entrenamiento de baloncesto. Mierda; durante un tiempo incluso me avergonzaba el hecho de que mis iniciales sean HE (él). Ojalá en esa época no me incomodara tanto mi manera de presentar mi género. Además de ser una fuente de ansiedad significativa, me estaba perdiendo muchos trajes de esmoquin en oferta.

Se supone que tengo que hacer grandes esfuerzos para "demostrar" mi femineidad y compensar mi negritud (llevar el pelo largo, tener la voz suave y vestir de manera apropiadamente femenina) mientras que a las mujeres más blancas o de piel más clara se les da más libertad para la experimentación. Diane Keaton y Cara Delevigne "juegan" con estilos más masculinos. Cuando una estrella de cine blanca se hace un corte de pelo pixie o más corto, es andrógina o elegante. Sin duda las mujeres negras pueden vestir de manera andrógina y lucir un corte de pelo andróginos (y de hecho lo hacen) , pero en nuestro cuerpo se lee de manera diferente: lo elegante se convierte en militar, el "chico" se convierte en "hombre".

A la negritud, especialmente cuando esta va unida al cuerpo de una mujer negra, se le asigna el género masculino de manera abrumadoramente general. "Cuando las mujeres de clase media blanca de antes de la guerrra eran 'los ángeles de la casa, bellas, pías, castas y delicadas, a las mujeres negras se las consideraba bestias del campo que no necesitaban protección para sus cuerpos, sensibilidad y virtud. Mientras que la economía americana del siglo XIX, basada en la esclavitud, dependía de esta distinción, verlas como bestias sigue ahí mucho después haber terminado la servidumbre negra", escribe Winfrey-Harris. Los principios de la femineidad blanca no se pueden mantener por sí solos a no ser que constantemente nos recuerden su sombra: la mujer negra fuerte y masculina.


El relato estridente y agitador de masas que hace Gage del discurso Acaso no soy mujer de Truth es muy distinto a cómo lo vuelve a contar Robinson, que escribió sobre el mismo discurso en 1851 solo unas semanas después de la convención.

En su papel de secretario de la Convención, Robinson escribe que Truth pidió permiso para hablar (muy al contrario de la agresiva toma del podio que retrata Gage). La verdadera Sojourner Truth "estaba orgullosa de hablar correctamente en inglés y se quejaba cuando decían que daba sus discursos con un profundo dialecto sureño", escribe Painter. De hecho, la lengua nativa de Truth bajo la familia Hardenbergh era el holandés, y lo más seguro es que no aprendiera a hablar inglés hasta que la vendieron a la familia Neely, que era angloparlante, a los nueve años de edad.

Los principios de la femineidad blanca no se pueden mantener por sí solos a no ser que constantemente nos recuerden su sombra: la mujer negra fuerte y masculina.

La ausencia más notable del relato que hace Robinson del discurso de Truth es la frase "¿Acaso no soy mujer?". Painter indica que, mientras que Robinson podría no haber escuchado una vez la pregunta, es altamente probable que no la hubiera escuchado en cuatro ocasiones (las veces que se repite en la versión de Gage): "La interpretación que hace Gage de Truth es mucho más dramática que el informe directo y claro que hizo Marius Robison en 1851". Utiliza artimañas elaboradas para convertir los comentarios de Truth en una actuación espectacular cuatro veces más larga que la de Robinson". Gage quería escribir algo dramático; no quería informar de la verdad necesariamente.

No era Truth la que necesitaba preguntar al público predominantemente blanco si se la consideraba una mujer; era Gage. Escribiendo en competición con Harriet Beecher Stowe y para conseguir más puntos a su favor como defensora de los derechos de la mujer, creó con audacia la caricatura de la Sojourner Truth que conocemos hoy en día. Al no poder adherir un concepto de fortaleza a las mujeres blancas por las que luchaba principalmente, Gage se apoyó con fuerza en el cuerpo negro y "fuerte" de Truth para hacer el trabajo de convencer a sus lectores de que las mujeres no eran tan delicadas como para no poder disfrutar de los mismos derechos y privilegios que los hombres. Necesitaba el símbolo de Sojourner Truth para ganar esta batalla; no bastaba con un relato sincero que tuviera en cuenta la complicada humanidad de Truth.


Una vez, estuve a punto de pelearme con un tipo que me llamó hombre, en el Lower East Side. Era 2014, siete años después de aquel incidente en el 7-11. Aquella calurosa noche de verano una nueva amiga y yo salíamos de ver un espectáculo de "burlesque" en la ciudad. Un hombre empezó a seguirnos, gritándole cosas sobre su destreza sexual a mi amiga, que lo ignoró claramente. Yo estaba segura de que acabaría aburriéndose, pero cuando ya llevábamos tres manzanas me di la vuelta para enfrentarme a él.

"Mira tío, ella no quiere hablar contigo", le dije.

Él posó la mirada en mí. "¿Qué eres, un jodido hombre?" me soltó.

"Sí, claro, soy un jodido hombre", le dije.

Y le crucé la cara de una bofetada.

La última vez que me había peleado con alguien fue en quinto de primaria, y ahí estaba yo, abofeteando tranquilamente a un desconocido en mitad de Nueva York.

Durante los siguientes dos minutos estuve discutiendo con el tío del Lower East Side. Estaba avergonzado y quería pelea. Mi amiga hizo un débil intento de apartarme de él. Al final nos marchamos todos, pero toda esa noche seguí pensando en la pregunta de aquel hombre y en mi propia respuesta. Me pregunté por qué yo había asumido tan fácilmente la identidad que el hombre me había asignado, por qué le había permitido enfadarme hasta el punto de tener una reacción física. La noche podía haber terminado mucho peor. Ya no podía fingir que estos altercados no me afectaban.

Al día siguiente cumplí mi jornada de voluntaria en un acto de recaudación de fondos sin ánimo de lucro para la defensa personal. Dio la casualidad de que ese año celebraban un "punch-a-thon" (maratón de puñetazos) en Prospect Park, y un gran círculo de personas, especialmente mujeres, daban puñetazos de diez en diez. Lancé un puñetazo al aire frente a mí y pensé en la noche pasada. Dos veces en siete años me había identificado verbalmente como hombre. Una vez había sido un error difuso, pero esta última fue porque sabía que el hombre no podía verme como otra cosa. ¿Durante cuánto tiempo iba a borrar mi femineidad por el mero hecho de que el mundo me lo pidiera?


Sojourner Truth no pudo opinar sobre la manera en que se codificó su femineidad en América. Se ha convertido en gran medida en un símbolo unidimensional en nuestra imaginación pública, haciendo esa pregunta que tan bien conocemos todos cada febrero. Reimprimimos en bolsas y camisetas las palabras de una mujer blanca junto a su retrato. Alice Walker, Maya Angelou y Kerry Washington han leído versiones del discurso de Gage, y el famoso texto de bell hooks sobre el feminismo intersectorial utiliza ¿Acaso no soy mujer? como título de apertura. Le quitamos importancia al hecho de que una ex esclava analfabeta diera discursos a lo largo de los Estados Unidos en una época en la que incluso las mujeres blancas se encontraban con obstáculos significativos a la hora de hablar en público. Muchas personas no saben que Truth fue la primera mujer negra que ganó una causa judicial contra un hombre blanco (cuando vendieron ilegalmente a su hijo en otro estado) en 1828. En lugar de eso preferimos seguir haciéndonos la misma maldita pregunta.

¿Durante cuánto tiempo iba a borrar mi femineidad por el mero hecho de que el mundo me lo pidiera?

Painter ha descubierto sistemáticamente que, a pesar de su considerable estudio y biografía de Truth, la mayoría de sus alumnos, incluyendo los de Princeton, prefieren a la Sojourner Truth que creó Dana Gage. Aunque Painter ha investigado las numerosas maneras en que el relato de Gage no coincide con la realidad (el tiempo que pasó entre el evento y el informe, el dialecto incorrecto, los planes evidentes que tenía Gage para su trabajo a favor de los derechos de la mujer), muy poca gente pone en duda la versión de Gage. A la mayoría le satisface creer en la Truth que sigue siendo encumbrada, masculinizada, invariable.

Por supuesto, siempre será difícil aunar datos históricos de una época pasada. The Narrative of Sojourner Truth deja vislumbrar parte de la complejidad de esta magnífica mujer, pero como no fue Truth quien escribió el libro (dictó su historia a Olive Gilbert), seguimos sin saber qué quedó excluido, a qué cosas se les añadió color y un tono sensacionalista para un público blanco.

Yo, al contrario de Truth, vivo en un mundo en el que puedo crear mi propia historia (aunque el mundo exterior se interponga). Gracias a una mezcla de auto investigación feminista y una elevada dosis de clases de burlesque, he hecho justo eso. Como mujer negra, el mundo no reconocerá del todo mi complejidad, pero he dejado de esperar a que lo haga. Tras casi una década preocupándome por y desmontando los argumentos racistas de la gente a mi alrededor sobre mi femineidad, me he propuesto recuperar lo que siempre fue mío. Sin preguntas. ●


Este artículo ha sido traducido del inglés.