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    ¿Más de 30 y soltero? Lo mejor que te puede pasar es Tinder

    Muchas discusiones sobre Tinder se enfocan en la gente de veintipico. Sin embargo, resulta ser el mejor medio para encontrarse para los de treinta y pico que buscan una relación.

    Tinder es “estúpido y dañino, no hace más que entorpecer las relaciones sentimentales”. También es “una fábrica, y no puedes pretender algo romántico ni ahí”. Y no olvidemos que “la consecuencia adulta de vivir con nuestras propias elecciones casi no existe cuando la mejor opción está a una compatibilidad de distancia.”

    La mayor parte de la discusión sobre Tinder se enfocó en su núcleo demográfico: personas en sus veintipico, gays y heterosexuales, en áreas urbanas (Nueva York y Los Ángeles, donde vivo, son los mercados más grandes), y ellos parecen usar Tinder para tener sexo, inflar o desinflar su ego en forma masoquista, y/o hacer públicas sus elecciones, en general con comentarios despectivos sobre toda persona que encuentren ahí.

    Sin embargo, me di cuenta que, si bien la prensa acerca de Tinder se enfoca en su popularidad entre personas de veintipico, es en realidad la aplicación perfecta para que alguien en sus treinta o más encuentre el amor. A medida que la gente envejece, es menos propensa a buscar relaciones casuales. (Para empezar, es cansador. A los 33, por ejemplo, quedarse despierta después de las 10 de la noche un día de semana se vuelve algo muy peculiar.) También, al envejecer, la cantidad de personas para elegir se encoge, y con ella las oportunidades de conocerse del modo en que la gente a los veinte se conoce (bueno, antes de Tinder): amigos en común, fiestas, bares, trabajo, universidad, donde sea. Resulta muy reconfortante saber que hay muchas personas de tu misma edad que buscan lo mismo que tú.

    Muchas de las críticas que se le hacen a Tinder parecen girar en torno a la lógica de las citas, el modo en el que estas causan que la gente a veces muestre su lado más crítico y pasivo–agresivo, en lugar de su mejor faceta. Tamerra, mi compañera de trabajo, me preguntó hace poco: “¿La gente pensará que la aplicación los libera de la responsabilidad de ser sinceros, de mostrarse de forma honesta y expresar lo que buscan en una relación, tal y como lo harían en la vida real?”.

    Sin dudas Tinder facilita no ser vulnerable, mostrar una versión anti balas de uno mismo. Pero Tinder no hace que enamorarse sea más fácil, solo porque permite que uno se exponga fácilmente a cientos, o miles, de citas potenciales. Para enamorarse, necesitas conocerte a tí mismo, sentirte lo bastante seguro y feliz como para compartirte con otra persona, y ser vulnerable. Tinder no evita estos pasos, y es poco realista pensar que debería hacerlo.

    Estoy de acuerdo con el profesor de psicología Eli J. Finkel, que defendió hace poco a Tinder como “la mejor opción hoy en día” para “solteros de mente abierta … que quisieran casarse algún día y, mientras tanto, disfrutan de las citas.” Creo que esto es en verdad cierto si estás en tus treinta y pico, buscas una relación, y ves a las citas como un medio para un fin. Por supuesto que hay excepciones. Sin embargo, noté que la gente de treinta y pico en Tinder es en general más receptiva a la idea de una relación a largo plazo que lo que esperarías. Incluso yo.

    Pasé la mitad de mis veinte en una sucesión de relaciones monógamas relativamente cortas. No “salía” porque sí; terminé con parejas que claramente no eran para mí, pero estaba tan cómoda en compañía que no me importaba. Esto fue a principios de los 2000, cuando recién comenzaban las citas en línea: estuve brevemente en Nerve, y tuve un par de citas, pero se sintió raro, poco natural, y no conocía nadie más que lo hiciese. O bien lo hacían, pero en secreto, como yo. Así que mis novios eran chicos que conocí en la universidad, en el trabajo, mediante amigos o, una vez, en la óptica (cuando arregló mis anteojos). No fue hasta bien entrados mis treinta y pico que comencé a salir en citas propiamente dichas, y aprendí rápidamente que las únicas personas a las que realmente les gusta salir en citas – y por citas me refiero al enredo exhaustivo de enviar mensajes de texto, no obtener respuesta, después sí obtener una respuesta, luego hacer planes, y cambiar esos mismos planes, para encontrarse finalmente y decidir a los 30 segundos que no es tu tipo y empezar de nuevo – son generalmente sociópatas o masoquistas.

    También quiero aclarar que la mayoría de las cosas malas que dice la gente de Tinder fueron ciertas (y malas) para mi también, durante el año y poco más que estuve dentro y fuera de la aplicación. Una adrenalina adictiva me invadía cuando era compatible con alguien, también cuando me enviaban un mensaje y cuando hacíamos planes. Sentía un desaliento momentáneo cuando alguien que estaba segura que sería compatible conmigo, basada en sus fotos y su descripción más que breve, no lo era. O me desesperaba si pasaban un par de días sin ninguna compatibilidad: ¿será posible que haya agotado la población de hombres de cierta edad en Los Ángeles, y ninguno de ellos estaba interesado en mí? Pero no. Siempre habían más compatibilidades.

    Usaba Tinder en viajes de trabajo y vacaciones, me encontré con gente en Nueva York – solo para probar, me decía, y me fascinaban las diferencias que habían en fotos de chicos de Norway (mucho equipo de esquí), Boston (muchas gorras de los Red Sox), e Israel (muchas fotos de torsos desnudos). Empecé a llevarme el teléfono a la cama, algo que había sido un antiguo tabú, para poder deslizar, deslizar y deslizar hasta altas horas de la noche. Usaba Tinder en bares; usaba Tinder en el baño. Cuando comenzaba a sentir que la aplicación estaba dominando mi vida, la borraba de mi teléfono, me tomaba un descanso de unos días o unas semanas, y comenzaba de nuevo.

    Mi perfil se mantuvo esencialmente igual durante el año y meses que estuve dentro y fuera de Tinder, y todo lo que escribí en él era verdadero. Estaba en “medios digitales,” provenía de Boston, era relativamente nueva en Los Ángeles, amaba los tacos y los aguacates, conocí a dos gatos famosos de Internet, pero me gustaban más los perros. Tenía subidas unas cinco fotos, que me mostraban en varios ambientes, indumentarias y estilos. Lo que creo que quería transmitir es que era accesible sin estar desesperada, razonablemente atractiva sin ser intimidante, graciosa pero sin querer vivir de eso (esto parecía importante, al haber tantos comediantes de Stand-up en Los Ángeles). Al final, me estaba obsesionando con no ser “ese tipo de chica”: es decir, la chica que verbaliza su deseo de estar en una relación, que tiene la suficiente confianza en sí misma como para accionar sobre sus necesidades. Así que también era muy consciente de querer comunicar que quería una relación, sin decirlo explícitamente en el perfil, lo cual parecía demasiado como táctica inicial.

    Si bien mi perfil se mantuvo más o menos igual, mi experiencia en Tinder cambió cada vez que lo dejaba y volvía, como si los descansos que me tomé fuesen oportunidades para que la aplicación se pusiese al día conmigo.

    Cuando comencé a usarla, en la primavera de 2013, la mayoría de los chicos que había eran de menos de 25 años (demasiado jóvenes para mí) y parecía que solo buscaban una relación de una noche. Me mensajeé con algunos por aburrimiento, pero la novedad se esfumó pronto. Al fin y al cabo, ¿en serio iba a ir al departamento de un bartender de 24 años a las 10 de la noche para que nos “prepare unos tragos”? No, los días en los que ese plan hubiese sido atractivo (si alguna vez lo fue) pasaron hace mucho tiempo. Sin embargo, la edad promedio de mis compatibilidades fue creciendo gradualmente, y pronto noté un cambio real en la manera en la que trataba a la gente en la aplicación, y que ellos respondían con mayor sinceridad al mensaje que estaba enviando con mi perfil.

    Pronto me dí cuenta que todo lo que Tinder hacía por mí era hacerme sentir en una posición de poder. Yo era quien tomaba la decisión de una segunda salida. Al tratarse de citas, me había condicionado tanto a no estar en el asiento del conductor (gracias, Nueva York) que me había vuelto demasiado pasiva; me obsesionaba tanto el hecho de gustarle a alguien, que olvidaba algo igual de importante: si a mí realmente me gustaban. Y salir con personas tan diferentes (en realidad, el simple hecho de encontrar personas tan diferentes, incluso sólo por verlas en la aplicación) me ayudó también a enfocarme mejor en lo que realmente estaba buscando.

    Al principio, me hizo a darme cuenta lo que no estaba buscando. Puede no coincidir con lo que tú no estés buscando, ¡Y está bien! Eso es lo bueno de Tinder, y del mundo: hay muchos tipos de gente para todos. Pero en fin, para mi fue: cualquiera que estuviese sosteniendo una cerveza como primer foto de perfil; cualquiera que en su primer foto estuviese con el torso desnudo en una posición de yoga invertida (aunque esto bien podría ser algo que solo pase en Los Ángeles); cualquiera que parezca profundamente disconforme con su profesión (soy demasiado vieja para esto); cualquiera que viviese en Orange County (demasiado lejos y suburbano); cualquiera que tuviese una foto de ellos agarrando con orgullo un gran pescado (parece ser que podemos intuir muchas cosas sobre la gente basándonos solo en un puñado de fotos). Me gustaban los hombres graciosos, inteligentes, que hiciesen algo creativo con sus vidas. Me gustaban los hombres amables.

    Siempre odié ese tipo de historias, ya sea un artículo de la sección Modern Love del New York Times, o un ensayo publicado en algún otro lado, sobre la chica soltera que finalmente, FINALMENTE encuentra el amor, y vive feliz por siempre. Ésta no será una de esas historias, ya que viví lo suficiente como para saber que nunca hay un “felices por siempre”, que los “por siempres” significan un millón de cosas distintas, y además, mañana un asteroide podría matarnos a todos. Pero terminaré con esto: que luego de un año en Tinder, de muchas compatibilidades pero también de muchas, muchas incompatibilidades, me encontré con alguien el marzo pasado. Nos mensajeamos durante 24 horas seguidas, luego hablamos por teléfono durante una hora y media, y luego tuvimos la mejor primer cita que recuerde, donde hablamos sobre nada y sobre todo y le dije que fumar no era negociable y él accedió a dejarlo en ése mismo momento. Es inteligente, gracioso, atractivo y, sobre todo, amable y atento de un modo que me hace reflexionar y cuidarme más en mi trato con otras personas. La otra noche, cuando no me sentía bien, condujo 25 minutos ida y vuelta para traerme sopa de pollo del lugar vietnamita que me gusta. A veces hablamos sobre lo que hubiese sucedido si no hubiésemos deslizado hacia la derecha. Por mi parte, estoy feliz de que ambos lo hayamos hecho.

    This post has been translated from English.