Las familias de los 43 estudiantes desaparecidos viven en la Escuela Normal

Alrededor de doce familias se instalaron desde hace varios meses en los salones de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa. Muchos dicen que no se irán hasta que regresen sus seres queridos.

TIXTLA, Mexico — La casa de Benigna Arzola, a ocho horas en autobús de este pequeño pueblo en el estado de Guerrero, al sureste de México, está abandonada. La cubre el polvo, y las malezas se apoderan de la cosecha de maíz y frijoles.

Hace siete meses que Arzola vive en un salón de la escuela para varones a la que su hijo asistía cuando fue secuestrado junto con otras 42 personas por la policía local. Arzola comparte su nuevo hogar (un aula aséptica con cuatro colchones nuevos en el suelo) con otras tres familias. Dice que solo volvió al pueblo donde vive dos veces en esos siete meses y que no tiene planes de volver para quedarse hasta que su hijo, Luis Ángel, regrese y la familia esté completa de nuevo.

Su esposo y sus otros dos hijos deambulan por las instalaciones de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” mientras esperan noticias que, con cada día que pasa, parecen menos probables. Hace meses que viven con poca información y mínimo contacto con las autoridades. En lugar de eso, confían en expertos extranjeros y grupos de derechos humanos para recibir novedades sobre la investigación de la desaparición de su hijo. Ellos y otras familias se aferran a la esperanza que les brindan las teorías de conspiración: creen que el gobierno retiene a los estudiantes en un campo de trabajo forzado y que no tendrá otra opción más que liberarlos con el tiempo.

Hay unas doce familias como la de Arzola que dejaron sus hogares, a cientos de kilómetros de distancia a través de una cadena montañosa accidentada e irregular en el sudeste de México, cuando sus hijos desaparecieron en septiembre, después de haber sido reunidos por la policía y entregados a los miembros de una pandilla. La mayoría apenas ha regresado a casa desde ese momento. Esta escuela, que no solo es pública, sino que también ofrece vivienda en forma gratuita, es la elección más atractiva para los hombres en esta parte de México. Aquí viven algunas de las comunidades más pobres del país, alojadas entre las montañas del estado de Guerrero, con sus campos de amapola y sus grupos criminales.

Comparten, sobre todo, el deseo de dejar este "club exclusivo" que han creado de forma involuntaria.

En este lugar, los pasillos funcionan como las trincheras principales para los familiares que prometieron mantener la pelea (presionando al gobierno para que investigue con mayor profundidad y buscando a sus hijos) como un frente unido hasta que los jóvenes regresen.

Los residentes se han convertido en una familia como solo pueden hacerlo quienes comparten la profunda tristeza de perder a un familiar y la esperanza terca de su regreso. Una vez que se apagan las luces, los padres se turnan para compartir anécdotas de sus hijos en la húmeda oscuridad. Describen los pueblos donde viven y hacen bromas para relajar el ambiente. Comparten, más que nada, el deseo de dejar el club exclusivo que han creado en forma involuntaria.

“Quiero que mi hijo vuelva para poder irme de aquí, para estar con mi familia. Para trabajar allí”, dijo Oscar Ortiz, de 48 años, que vive en el salón próximo al de Arzola. Su esposa no pudo acompañarlo a la escuela porque está enferma y sus niños son demasiado pequeños. A él también se le diagnosticó diabetes desde que su hijo Cutberto desapareció.

Cuando la noticia de la desaparición de los normalistas llegó a su ciudad, que está a unos 200 km, Ortiz empacó tres mudas de ropa y dos pares de zapatos con rapidez, y se subió a un autobús dirigido hacia el epicentro de lo que se ha convertido en el mayor desafío para el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto: Ayotzinapa, la escuela normal que albergaba a los 43 estudiantes que fueron emboscados por la policía local, entregados a un grupo delictivo e incinerados, de acuerdo con la versión oficial de los acontecimientos.

Las familias acusaron al gobierno de retener información, de manipular la investigación y de ser inclementes con su sufrimiento emocional. Sienten que las autoridades intentan encubrir tanto los eventos como sus quejas.

El tiempo aquí parece estar congelado. Los padres que no se encuentran fuera ocupados con “actividades” (marchan en protestas o dan charlas en escuelas para conseguir apoyo para su causa) deambulan sin rumbo por el campus. Caminan frente a murales del ícono revolucionario Ernesto “Che” Guevara y paredes marcadas con frases de resistencia social para ir de la silenciosa cancha de baloncesto al comedor. Las personas armaron puestos de cocina con comida donada a la escuela. Cuando la cena está lista, una fila larga se extiende más allá de los montones de arroz y frijoles que hay en el área de descarga detrás del comedor y continúa hacia afuera sobre el camino de tierra.

No solo las familias viven en la escuela: muchos estudiantes siguen allí, aunque las clases están suspendidas desde la desaparición de los 43 alumnos en septiembre. Quienes se quedaron allí, cuando no están participando en marchas, labran el campo cercano o juegan fútbol cerca de una piscina con agua verde.

Una noche hace poco, Ortiz se paró al lado de la estantería de plástico que contiene sus pocas pertenencias y buscó sus anteojos de leer entre envoltorios de galletas y botellas de alcohol etílico y champú. Se quejó del calor y los mosquitos en el salón y dijo que, a menudo, son la causa de que los residentes no puedan dormir de noche. Hay una cobija fina colgada en la ventana sobre su colchón, pero esta no da la apariencia de privacidad que Ortiz buscaba.

Ortiz admite que se ve tentado de quedarse en su casa cuando la visita cada más o menos un mes y medio, pero tiene miedo de que si Cutberto regresa, las otras familias le dirán que su padre no lo esperó.

Una familia que había estado viviendo en el cuarto de Arzola regresó a casa hace poco. Ortiz dice que hará lo mismo en septiembre, incluso si su hijo no ha regresado para ese entonces. Al igual que las familias de las otras 23,000 personas desaparecidas en México, Ortiz tendrá que enfrentar su eterno dolor en la soledad de su hogar.

Karla Zabludovsky es la jefa de la oficina de noticias en México y corresponsal para Latinoamérica de BuzzFeed News, radica en la Ciudad de México.
Para comunicarte con Karla Zabludovsky, puedes escribir a Karla.Zabludovsky@buzzfeed.com

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