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La nueva serie de HBO de Amy Adams se ha colado en el Club de los Chicos de las Series Dramáticas y Oscuras de TV

Sharp Objects sugiere que las series dramáticas de prestigio todavía podrían llegar a convertirse en algo nuevo.

Como cualquier antihéroe de la TV por cable que se precie, Camille Preaker (Amy Adams), la atribulada periodista que protagoniza la nueva serie de HBO Sharp Objects, es una complicada caja de secretos. Es una alcohólica que echa vodka en botellas de agua para ocultar todo lo que bebe mientras conduce por Wind Gap, Missouri, el pueblo que dejó atrás cuando se mudó a Saint Louis. Tiene un historial de automutilaciones por el que ha estado hospitalizada: escribe en su piel formando cicatrices que oculta con vaqueros y con mangas largas. De joven perdió a una hermana, y desde entonces se ha distanciado de su familia: la histriónicamente delicada Adora (Patricia Clarkson) y la figura borrosa de su padrastro Alan (Henry Czerny). Su distanciamiento es tal que a primera vista no reconoce a su otra hermanastra, la adolescente Amma (Eliza Scanlen). A medida que vemos cómo Camille va volviendo a la claustrofóbica comunidad en la que creció para escribir sobre una chica que ha desaparecido y otra que fue asesinada, alternando entre lo profesional y lo personal, la tensión que sentimos no es tanto por el hecho de si va a crear problemas todo sino hasta qué punto va a crear problemas.

Camille forma parte de una tradición de protagonistas dramáticas de prestigio que se portan mal y abusan de las drogas y de sus seres queridos, y cuyos defectos siempre destacan mucho más (y a veces son mucho más absorbentes) que sus fortalezas. Pero resulta difícil imaginar a nadie que vea romanticismo en Camille y su oscuridad; desde luego no de la manera en que los fans ven romanticismo en los personajes masculinos oscuros de otras series, los Walter Whites, Rust Cohles y Tony Sopranos que hay desperdigados por todo el panorama de la TV por cable y por Internet. La idea de que las mujeres se sienten obligadas a ocultar sus daños y que no hay glamour ninguno en el hecho de que los muestren, es una de las cosas sobre las que trata Sharp Objects.

Los daños físicos y psicológicos pueden resultar atractivos en los hombres, pero en las mujeres, insiste Sharp Objects, tienden más a hacerles parecer que están acabadas.

Puede que Camille se sienta cómoda enfrentándose a Richard Willis, el atractivo poli de Kansas City al que da vida Chris Messina, flirteando copa tras copa e intentando sonsacarse información mutuamente, pero ella sabe bien que no debe dejar que la vea sin ropa porque correría el riesgo de que él dejara de verla como una chica mala y la viera como una chica rota. Tiene motivos para pensar así. Cuando, más adelante, alguien se fija en sus cicatrices, esa persona le dice que está "arruinada", como un coche que no merece la pena arreglar después de un accidente. En los hombres, los daños pueden parecer atractivos (ya sea intencionadamente o no), pero en las mujeres, según insiste Sharp Objects, más bien las hace parecer alguien que está acabada.

Sharp Objects está adaptada de una novela de 2006 escrita por Gillian Flynn, autora de Gone Girl, y la dirige Jean-Marc Vallée, director de Dallas Buyers Club y Wild y, más recientemente, Big Little Lies, otra serie dramática de HBO tan exitosa y aclamada que se ha puesto en marcha una nueva temporada para el próximo año. Es una de tres series que la productora Marti Noxon tiene actualmente en emisión: Girlfriends' Guide to Divorce está a punto de finalizar su quinta y última temporada en Bravo, y Dietland se acerca al final de su primera temporada en AMC.

Sharp Objects produce la inconfundible sensación de que no se ha escatimado ningún gasto, desde el talento del reparto (Adams está sorprendentemente bien en su primer papel para TV en más de una década) hasta su extravagante banda sonora. "Ahí lo tenéis", parece decir la serie, "algo con los valores de producción, seriedad de tono y evidente inversión de las series dramáticas que pusieron la programación de HBO en el mapa, solo que esta vez está canalizado desde un punto de vista y una sensibilidad ferozmente femeninos. Irónicamente, esta serie llega en un momento en el que HBO podría estar distanciándose del proceso de desarrollo preciso que dio como resultado este tipo de programación. La cadena está preparándose para asumir un nuevo equipo de dirección y expandirse con miras a competir con Netflix.

Sharp Objects no es la primera serie que intenta reservar un trozo de territorio para las historias protagonizadas por mujeres en el mundo arrogantemente masculino de las series dramáticas de prestigio. The Good Wife ofreció años de relatos moralmente complejos centrados en mujeres desde el inesperado enfoque de los procedimientos legales de las cadenas de TV, atreviéndose a burlarse de la pomposa serie de TV por cable con su serie dentro de una serie, Darkness at Noon, donde los personajes recitaban frases como "el mal está en el alma de todos los hombres... y lo único que puedes hacer es maldecir a Dios". Halt and Catch Fire, de AMC, que al principio parecía un intento de llevar Mad Men al mundo de la industria tecnológica de los años ochenta, cambió de enfoque para centrarse en personajes femeninos en su segunda temporada, gracias a lo cual se volvió muchísimo más interesante.

Jessica Jones es una serie de superhéroes que trataba sobre una antiheroína con daños personales. Top of the Lake, la serie que más tiene en común con Sharp Objects, (y además tiene otra deuda con otro título de Jane Campion, el remolino de sexo, memoria y muerte que es In the Cut, de 2003), utilizaba de manera similar un misterio como vehículo para una historia que en realidad tiene más que ver con un lugar y la manera en que los personajes se ven restringidos por las expectativas de la comunidad. Pero Sharp Objects da la sensación de que es la serie que más cosas tiene que demostrar, insistiendo en ceñirse a los estándares de las series dramáticas de prestigio para luego reposicionarlos, rehacerlos o directamente retarlos.

Camille, por ejemplo, es una buena reportera, pero la serie no sugiere que tenga un don especial para su trabajo, al estilo de Don Draper; más bien pone en evidencia su depresión: la triste bolsa de plástico con botellitas de alcohol, chocolatinas y cigarrillos que vierte sobre la cama de un motel, como si fuera un reto. La atmósfera de la serie es tanto de languidez gótica sureña como de esa misoginia arraigada que hace eco a la primer temporada de True Detective. Pero, al contrario de esta última, Sharp Objects no se regodea en el sexismo que muestra, algo de lo que Camille está lo suficientemente distanciada como para hacer un gesto de burla cada vez que se lo encuentra cara a cara. Son los personajes que han asumido las normas anticuadas los que parecen estar más limitados por estas normas, entre ellos el jefe de policía local, que incluso se niega a considerar que una mujer pueda ser capaz de cometer un asesinato.

La serie nos invita con promesas de asesinatos escabrosos y autodestrucción, pero luego nos ofrece un retrato en profundidad de una mujer.

Intencionadamente, en Sharp Objects no hay desnudez gratuita (según los estándares de la televisión por cable). Camille tiene cicatrices que quiere ocultar, y las víctimas del asesino no son hermosas adolescentes; son chicas más jóvenes en la cima de la adolescencia. Cuando encuentran un cadáver, la mirada de la cámara no tiene nada de lascivo. La cámara refleja el punto de vista de Camille y se centra en las rodillas embadurnadas de barro de la niña. Aunque la serie, al igual que las series dramáticas de prestigio, es predominantemente de raza blanca, también versa explícitamente sobre el "whiteness" sobre cómo la raza es algo intrínseco en las estructuras de poder y las tradiciones de Wind Gap. La pretensión de ser una comunidad blanca y gentil, junto con la celebración eufemística llena de banderas de la Confederación que recuerda la historia de la Guerra Civil en la zona, y todo lo que hay en Wind Gap, desde la tendencia a violar del equipo de fútbol del instituto hasta la segregación no reconocida que da forma al pueblo.

A lo largo de los ocho episodios de la miniserie que es Sharp Objects, al final se sigue la pista e identifica al asesino. Al fin y al cabo, es un "thriller". Pero el mayor misterio que explora la serie es la propia Camille: ¿qué le llevó a pasar de reina de las animadoras a convertirse en esa friki dura? Su historia no está del todo alejada de los asesinatos, pero es algo que toma mayor protagonismo y plantea una pregunta: ¿cuántas de las cosas que vivimos de pequeños dan forma (o tal vez deforman) lo que somos, y en qué momento tenemos que aceptar la responsabilidad por ser la persona en que nos hemos convertido, independientemente de por qué?

Ese enfoque, más que cualquier intento de jugar con una temática oscura y una cinematografía ensoñadora a favor de lo femenino, podría ser la decisión más atrevida de Sharp Objects: la serie nos invita a entrar con la promesa de asesinatos escabrosos y autodestrucción jactanciosa, pero nos pinta un retrato profundo de una mujer con sus traumas, su resentimiento y todo, e insiste en que la acompañemos a casa, pasemos un rato dentro de su cabeza y comprendamos por qué funciona así. No es realmente un truco, pero sí parece ser un golpe maestro cuando nos ofrece lo que sin duda puede describirse como una serie dramática de prestigio sobre mujeres, con sus vestidos largos, sus bocas sangrientas, su negacionismo americano y su represión femenina.

Lo gracioso de la idea de marcar un hito en este momento para las series dramáticas de prestigio sobre mujeres, es que muchas de las series sobre mujeres y creadas por mujeres que ha habido en los últimos años, (es decir, muchas de las mejores y más interesantes series de los últimos años) no asumen que mostrar agallas equivale a tener peso artístico. Se ha producido toda una explosión de series dramáticas de media hora de duración aclamadas por el público, como Girls e Insecure, Transparent y Search Party, Chewing Gum y Fleabag, GLOW y Better Things, SMILF y Vida; todas son mucho mejor porque funcionan a una escala más íntima y demuestran que no necesitas representar ambiciones grandiosas y tremendas para tratar algunos temas grandiosos y tremendos.

Luego están las series inclasificables de una hora de duración, como Jane the Virgin, Orange Is the New Black, Killing Eve, Unreal (al menos el equilibrado caramelo que es la primera temporada), y Crazy Ex-Girlfriend. Son series que se enfrentan y juegan con las convenciones del género dramático y exploran algunos lugares muy oscuros sin sentir necesidad de afirmar una intención exageradamente seria o intensa. La proliferación de plataformas de TV como The Good Fight en All Access de CBS, Queen Sugar en OWN, Steven Universe en Cartoon Network o Outlander en Starz ha dado pie a un caleidoscopio de series ambiciosas unidas por el hecho de que ninguna refuerzan su valía centrándose en hombres melancólicos.

En su arículo Sharp Objects' darkness in Slate, Willa Pasking indica que "la TV por y sobre mujeres, al igual que la TV por y sobre hombres, no debería tener ninguna obligación de ser entretenimiento, ni de ser suave o fácil de ver", pero siente que la serie demostraba algo innecesariamente: que las mujeres pueden hacer "programas de TV hermosos, con buenas actuaciones, con una trama inteligente, exactamente igual que la taciturna televisión de prestigio" del mismo modo que lo hacen los hombres. Aunque no concuerdo con ella en que Sharp Objects no produce placer (me encanta Camille, desde el cachareo que tiene con Richard a la manera en que se deja llevar, a regañadientes, por el papel de la hermana mayor molona aunque sabe que no debería), comprendo el argumento de Paskin. Gran parte de la reciente conversación que ha girado en torno a la pequeña pantalla supone alejar la percepción de que la calidad se encuentra en el género dramático masculino y sombrío. Ya había muy buenas series de TV antes de la llegada de hitos como Los Soprano, Breaking Bad, The Wire y The Shield, pero el género de antihéroe crudo y expuesto ha tenido un papel principal a la hora de conseguir aceptación en la televisión incluso por parte de los snobs más inseguros, y que se le tome en serio y se hable de él en las fiestas sin pedir perdón de antemano.

En 2013 Vulture publicó una lista de clichés en las series dramáticas de prestigio, unos meses antes de la llegada de Low Winter Sun, esa serie de AMC que tan poco duró y que estaba protagonizada por el galante frecuente villano británico Mark Strong en el papel de un detective de homicidios que asesina a un policía compañero. Low Winter Sun cumplía obedientemente varios puntos de la lista: un antihéroe de mediana edad con un secreto, preponderancia y drogas-sexo-violencia, una escena en que se deshacen de un cadáver y como telón Detroit, lo cual prometía reflexiones sobre América, y a la vez era lo suficientemente mala como para convertirse en un chiste, un Weird Thinner Punchline (y sin duda también en inspiración para Darkness at Noon). Era evidencia de que el “drama de prestigio” ya no era tanto una designación de calidad como una colección de convenciones desfasadas.

El “género dramático de prestigio” ya no es tanto una designación de calidad como una serie de convenciones anticuadas.

Pero los dramas de prestigio, especialmente las series emblemáticas y canonizadas a las que se les ha otorgado el crédito de haber dado pie a lo que se conoce como la época dorada de la TV de la que puede o puede que no sigamos disfrutando hoy en día, han sido tan predominantemente masculinos que esta etiqueta se sigue usando para describir un cierto producto “profundo” tenga prestigio o no. Besad en True Detective, cuya primera temporada tenía un aspecto y producía una sensación que lo llevaron a recibir muy buenas críticas antes de que la gente se diera cuenta de que no tenía lo que tenía que tener. O recordad como el segundo “mockumentary” (documental falso) The Comeback mostraba la misma tendencia al colocar a la estrella de comedias en declive, Valerie Cherish (Lisa Kudrow) en una serie de HBO en la que le han dado el papel de una versión monstruosamente ficticia de ella misma. Mientras tanto, su ex jefe Pauline G (Lance Gerber) ha conseguido convertir su declive en una serie “caramelo” en el que se interpreta a sí mismo como un antihéroe atribulado. O fijaros en Ozark, tan al estilo de Breaking Bad, cuyas numerosas nominaciones a los Emmy parecen que tienen mucho más que ver con la idea de que la serie es de las que se llevan premios que con la realidad de su calidad.

Vulture publicó una nueva versión de esa lista de “TV de prestigio” el año pasado, incluyendo los hábitos que ha desarrollado la gente para describir a la televisión seria: “es como una película “, “es como una novela”, es decir, como algo que transciende a su formato. Hablar así de una serie (“no es TV, es HBO”) da la impresión de que pretende separarla de un medio cuya reputación de parecerse a una película parece estar inexorablemente u lamentablemente unida a el hecho de que se la perciba como feminizada. Durante mucho tiempo, la televisión se veían principalmente como el hogar de los culebrones, las comedias y los “reality shows” que normalmente se desprecian por considerarlos una forma de escapismo. Cuando se estrenó Big Little Lies el año pasado, hubo cierto rechazo comprensible cuando los críticos la describieron como un verdadero culebrón (tampoco es que haya nada de malo en ello), ya que está descripción parecía transparentemente específica en género. La serie no tenía los valores de ahorro ni la narrativa abierta de los culebrones. Era obviamente cara (¡muchas estrellas de cine!) y, en su día, finita. Era un culebrón principalmente porque era por y para mujeres, lo cual significa fallar en el vocabulario televisivo.

El camino en pos del dramático femenino de prestigio ha producido sus propios productos malos, como Dietland de AMC, también de Martin Noxon. Se trata de una sátira oscura sobre una mujer que intenta ahorrar para someterse a cirugía para adelgazar. A todo esto, como telón de fondo, una graniza Ivon terrorista feminista secuestra y mata a hombres malos creando un ambiente de miedo y una liberación tentativa. Dietland está adaptada de una novela de Sarai Walker de 2015. En las entrevistas, Walker contaba que se puso a escribir una respuesta femenina al Club de la lucha. Aunque la serie no es un desastre, a menudo da la sensación de que alguien se ha comprometido a cantar en un karaoke una canción que está fuera de su rango y se ve obligado a canturrear mensajes extensos como “no me odio, el mundo me odia por ser así” y “el que para un hombre es un terrorista para otro es un liberador”.

La segunda temporada de El cuento de la criada dio la misma sensación de estar restringida por una idea en particular de lo que significa ser importante, hasta el punto en que a menudo parecía que castigaba a los espectadores tanto como a sus personajes, que padecen la pesadilla de un patriarcado distópico. La serie se presenta como una especie de medicina agria que te tienes que tragar porque se supone que es buena para ti.

Pero sigo pensando que hay valor en la seriedad femenina, a pesar de la energía que hemos gastado para deshacernos del peso de lo sombrío, que en Sharp Objects hay un potencial que la separa de la lucha por establecer el valor de muchas otras series más ligeras dirigidas por mujeres, y que no da la sensación de ser un intento de hacer una serie para hombres pero realizada por mujeres. En su ampliamente comentado especial de comedia Nanette, Hannah Gadsby diseccionó la naturaleza de su propia comedia “stand-up”, cómo su autocrítica habitual en realidad era una forma de auto humillación para una persona marginalizada: “me menospreciaba para poder hablar”. Aunque Gadsby hablaba muy específicamente de sus propias experiencias como mujer “queer”, su monólogo me hizo pensar en que muchas de las series centradas en mujeres que veo filtran lo que a veces son representaciones brutales del dolor a través de la comedia dramática, y comparten una tendencia hacia la auto laceración en plan “¿por qué estás tan serio/a”?

Sharp Objects no tiene ningún impulso de suavizar su historia. Presenta su propia escabrosidad sin remilgos, mostrando un punto gótico junto a los estampados de flores y los cócteles en la veranda, y blandiendo una femineidad que no tiene un ápice de suavidad ni dulzura. Esto produce una potente satisfacción, aunque resulta agridulce conseguirlo, cuando todo el mundo está prestando atención a las extensas series de género de éxito como Westworld y Juego de Tronos, o dividiéndose entre las opciones cada vez más numerosas que ofrece esta época dorada de la TV, tantas que todo se convierte en un nicho y nada parece urgente. Puede que ya no haya series de esas que todo el mundo comenta en el trabajo junto a la máquina de café, pero Sharp Objects sugiere que las series dramáticas de prestigio todavía podrían llegar a convertirse en algo nuevo donde la oscuridad no es un cliché sino algo que se ha ganado y que se puede palpar. ●

Este artículo ha sido traducido del inglés.