Ir directo al contenido
  • Lola badge

Estoy obsesionada con las portadas de Cosmopolitan de los años setenta

Estas portadas de revista, a la vez inteligentes y bobas, progresistas y retrógradas, son la piedra rosetta que necesitamos para comprender el sexo y la feminidad en la "década del yo".

Rene Russo, con un vestido azul de corte vertiginoso, aparece de pie frente a un fondo azul a juego, con una expresión seria y ardiente. Le flanquean los textos: titulares sobre hombres dominantes, el trabajo sexual, Barbra Streisand, llamadas telefónicas obscenas, Telly Savalas y John Updike.

Es marzo de 1977 y esta es la portada de la revista Cosmopolitan, la publicación que desde hace décadas ha sido abanderada de la liberación sexual y comercializada para la mujer moderna. Desde hace unos años estas portadas son fuente de fascinación para mí. Las portadas actuales de Cosmopolitan, que siempre muestran estrellas del pop y variaciones infinitas de consejos sexuales "salvajes", no son especialmente chocantes. Pero las portadas de los años setenta (publicadas durante el mandato de 32 años de la legendaria editora del Cosmo Helen Brown) poseen un misticismo particular.

Aquí hay una fórmula que se basa en los placeres sencillos de un pibón bien vestido: cada portada muestra una modelo glamurosa con un modelito sexy, posando seductora frente a un fondo de color liso perfectamente coordinado y flanqueada por columnas de titulares en texto blanco y sencillo. Para mí, el aspecto consistente de estas portadas (fotografiadas y diseñadas por Francesco Scavullo, cuyo sentido de la estética era tan inconfundible que en el mundo de la moda se conocía como la "Scavullo-ización") es extrañamente reconfortante. Una búsqueda por imágenes en Google muestra un agradable gradiente de arcoiris de mujeres seguras de sí mismas vestidas con ropa fabulosa.

En los setenta, el movimiento de liberación femenino estaba empezando a formar parte de la conciencia nacional y el feminismo había empezado a abrirse camino en la cultura popular. Las portadas de Cosmopolitan documentan perfectamente ese momento histórico. "Cambia tu vida aprendiendo a hacerte valer en vez de dejarte manipular", promete la portada de marzo de 1976, con la modelo Denise Hopkins con un vestido verde menta perfecto para la discoteca.

Más abajo, debajo de titulares sobre cómo perder de peso, está: "Cuándo deberías renunciar a tu marido y buscarte un amante". Años antes de la jerga del libro Lean In, de Sheryl Sanberg, #GirlBoss y la embestida hacia la positividad sexual de las redes sociales, Cosmopolitan llenaba sus portadas de mensajes sobre la autoestima, sin acusar a nadie de ser demasiado "putón". Poner una mujer abiertamente sexy en la portada de una revista dirigida a un público femenino reforzaba el mensaje complicado y a veces contradictorio sobre el que Gurley Brown fundó su carrera: que el feminismo no necesita estar peleado con la feminidad tradicional. A pesar de que esta idea puede que sea básica (aunque no todo el mundo esté necesariamente de acuerdo), hace más de 40 años era una de las primeras encarnaciones del empoderamiento pop.

El texto blanco y directo de los titulares de estas portadas no acaba de encajar del todo y el efecto es casi cómico, ya que va unido a imágenes de mujeres con maquillaje y atuendos perfectos. Pero cuanto más lees el texto más interesante se pone. Porque el propio tipo de letra (blanco, espigado, de tamaño uniforme) es tan monótono visualmente que los guiones, los subrayados y los paréntesis cobran una resonancia nueva. La portada de Russo muestra cuatro paréntesis en total. Un titular sobre la pérdida nos recuerda, de manera conmovedora: "(Todo el mundo pierde a alguien o algo"). Otro sobre las llamadas obscenas declara: ("¡No cuelgues!"). En el mundo de la curiosa gramática de Cosmopolitan, los paréntesis pueden contener tanto verdades universales como perversiones. Estas portadas son lo suficientemente ricas en contenido textual, tanto literal como meta, como para distribuirse en clases de periodismo.

Los guiones se utilizan con frecuencia; solo tienen igual en la poesía de Emily Dickinson. La portada de febrero de 1972, que muestra a la modelo Jennifer O'Neill con una melena que le cae en cascada y un top color turquesa metálico con fondo a juego, tiene perlas como: "Las esposas también huyen—un informe sorprendente", "101 maneras en que un hombre puede hacerte sentir placer—si se lo pides", y mi favorito: "Cómo las zorras se vuelven ricas—aunque a ti eso no te importa. ¡No demasiado!" El guión crea drama y aporta a las frases un giro provocador. Y, de alguna manera, el texto sencillo hace que la temática a menudo picante parezca más subversiva.

Lo que todo el mundo sabe de Cosmopolitan, independientemente de la era que sea, es que habla de sexo. Pero en estas portadas los titulares escandalosos coexisten con otros más serios en una especie de amalgama extraña. Por ejemplo, en febrero de 1974 aparece "El contrato del amor—cómo hacer que tu acuerdo sea dulce y vinculante" apenas unos centímetros por encima de "Cuando tu hombre sufre un ataque cardíaco". Estas portadas son muchas cosas: coloridas, provocadoras, horteras, inteligentes a la vez que bobas, progresistas y retrógradas, pero por encima de todo son la piedra Rosetta para comprender el sexo y la feminidad en la "década del Yo".

No sorprende nada que haya algunos artículos de vergüenza ajena que no están a la altura de los conocimientos culturales contemporáneos. Un titular de la edición de agosto de 1975 hace referencia a las "Mujeres que se atreven a convertirse en hombres mediante la cirugía" y otra usa la palabra "gorditas". La edición de julio de 1974 anima a las lectoras con esto: "Prueba a hacer ayuno para conseguir una supersalud (¡tres ayunos cortos y estupendos que arrasan en Europa!)". Mientras que la mayoría de las revistas de hoy en día se alejan, afortunadamente, de acciones como el sensacionalismo sobre las personas transgénero o fomentar los trastornos alimenticios, estos titulares de Cosmopolitan funcionan como una cápsula temporal que muestra cómo los medios femeninos intentaban (a menudo sin éxito) presentar los problemas de la época desde una perspectiva supuestamente accesible. En cierto modo (incluyendo el hecho de que casi todas las modelos que aparecen en las portadas son blancas), estas portadas nos recuerdan que puede que no hayamos progresado tanto como nos gustaría imaginar.

A medida que las revistas femeninas contemporáneas intentan ser más "conscientes" que nunca (una meta que conlleva sus propios problemas de sinceridad, ya que estas publicaciones nunca se liberarán del todo de las inquietudes capitalistas), más estrindentes resultan las Cosmopolitan de los años setenta. Estas portadas antiguas pueden ser tan ridículas con sus mensajes sexuales y el batiburrillo desordenado de temas que presentan que parece que han salido de la versión soñada de una década turbulenta y a menudo hortera.

Pero, como mujer joven en el infernal año 2018, encuentro estas portadas sorprendentemente relajantes. Me encanta su estética tan característica y consistente, y el glamur y autoestima que proyectan las modelos. Desprenden cierta ambición; hacen que quiera maquillarme más y ponerme más vestidos con escotazo, y ser el tipo de mujer que hace caso a los consejos de los titulares de frases audaces. Aunque esté un poco fuera de lugar, no puedo evitar sentir nostalgia por esa era que nunca tuve la oportunidad de vivir.


Abbey Bender es una escritora con base en Nueva York. Sus artículos han aparecido en Village Voice, the Washington Post, Time Out New York, Nylon y otras publicaciones.


Este artículo ha sido traducido del inglés.